La gran estafa

descripción de la imagen

Por René Fortín Magaña

01 June 2018

Alguna vez, Augusto César Sandino provocó la atención, la adhesión y hasta la admiración de los pueblos de la América Hispana. Esto ocurrió entre 1926 y 1933 cuando los Estados Unidos trataron de imponer de nuevo el colonialismo en Centroamérica, como un siglo antes intentó hacerlo el filibustero William Walker, quien contaba con el apoyo de los esclavistas del sur norteamericano. Estaba entonces, en su apogeo la doctrina del presidente James Monroe: “América para los americanos” (1823).

Dura, fuerte, audaz, prolongada y eficaz fue la lucha de Sandino contra la invasión extranjera, pero felizmente terminó por expulsar a los norteamericanos en 1933. Finalmente, Sandino cayó en una emboscada que le tendió Anastasio Somoza García y fue asesinado por la Guardia Nacional de aquel país, lo cual dio inicio a la oprobiosa dinastía de los Somoza.

En sus trepidantes novelas, Salomón de la Selva dejó para la historia algunos pasajes de aquellas memorables batallas, iniciadas por el caudillo desde las selvas de la Nueva Segovia…

…Pasaron los años. Los viejos ideales de los patriotas que amaban y defendían a sus pueblos se fueron quedando en el olvido y nuevos movimientos guerrilleros hicieron su aparición en varios países latinoamericanos, pero esta vez bajo una consigna disolvente y antidemocrática: el comunismo y el socialismo del siglo XXI. Crueles y sanguinarias hicieron su aparición las guerrillas en Guatemala, en el Perú y en Colombia, por mencionar algunos casos. La más brutal fue la de Cuba, que, al mando de Fidel Castro Ruz, desalojó del poder a Fulgencio Batista e implantó la ley del paredón, bajo el cual cayeron cientos y cientos de personajes del antiguo régimen y todos los que se opusieron al nuevo.

Aún con esos malos presagios, la Revolución Cubana entusiasmó a los pueblos indoamericanos por la conquista de la soberanía popular en aquel país. Ese entusiasmo se fue esfumando poco a poco, al advertir el desastre político, económico y social que produjeron los nuevos gobernantes. Adueñado de los elementos básicos del poder totalitario, Castro duró ejerciéndolo por cincuenta y ocho años, un récord entre los tiranos de la historia, y aún tuvo espacio para transmitírselo antes de morir, a su hermano Raúl, quien lo ejerció con igual dureza.

El análisis completo de la Revolución Cubana y sus nefastos efectos requeriría muchos libros. Baste por hoy, señalar dos cosas: la corrupción que se enquistó en el poder, y el robo de la imagen de los próceres en los respectivos países que cayeron bajo el hacha del comunismo.

El gobierno iniciado por el comandante Hugo Chávez Frías en Venezuela es una muestra palpable de la primera afirmación: la caída de un país próspero y pujante como Venezuela, hundido en la más atroz de las miserias, bajo la conducción más cínica y grosera que hayan visto nuestros ojos.

Y la segunda afirmación, más sutil y deletérea, es el robo de la imagen de los próceres afiliándolos post-mortem y exclusivamente a la causa oficial. Sucedió en Cuba, con José Martí; en Venezuela, con Simón Bolívar; y en Nicaragua, con Augusto César Sandino. ¡Qué felonía la de jugar con los sentimientos de los pueblos! ¡Qué atrevimiento! Quien más alejado estuvo de la brutalidad cubana fue en vida el santo laico José Martí, venerado en toda Latinoamérica y estimado en cualquier rincón del mundo. Quien menos tuvo de perverso fue Simón Bolívar, el Libertador. Quien nunca mereció el calificativo de corrupto fue Augusto César Sandino, “General de los hombres libres.” Y, si bien Agustín Farabundo Martí profesó la misma ideología que el actual gobierno de El Salvador, presumo –leyendo a Salarrué– que su adhesión al comunismo no era por sed de riquezas sino por un ideal, por el cual murió fusilado por el General Maximiliano Hernández Martínez junto a los bachilleres Alfonso Luna y Mario Zapata.

¡En nombre de la cultura nacional de los diferentes pueblos: ¡por favor: no nos roben a nuestros Próceres! Suficiente abuso es el de hundir en la miseria aquellos que caen bajo su yugo para que, además, pretendan dejarnos huérfanos del vivo ejemplo de sus grandes hombres universales!

Cuán surrealista nos resultaría la imagen de José Martí renunciando a cultivar su rosa blanca para incorporarse a la política del paredón cubano; o a Simón Bolívar atravesando Los Andes con un cargamento de coca para vendérselo al Cartel de los Sapos; o a Augusto César Sandino dándole de palos a “la piñata” que lleva su apellido. No. No puede ser. No debe ser.

Voy ahora a tratar un punto delicado, pues escribo de, por y para la verdad. También los malabaristas de la política se están robando la imagen de Monseñor Romero. Él, siendo tan grande y abierto a todos los corazones piadosos, es hoy un ícono de la izquierda revolucionaria. No es justo. No es leal. No es cierto. Quien pronto será San Romero de América amparará con su saya desde los altares a todos los católicos salvadoreños no solo a un partido o a un sector. Si así fuera su legado de valentía y de justicia social no tendría sentido. Siendo de todos, en cambio, los católicos salvadoreños aprenderían a ser generosos, justos, valientes y fraternos.

Si el robo de banderas ya es malo de por sí, mucho más lo es el de la imagen de los próceres, equivalente a un saqueo a mano armada con hipocresía, premeditación, alevosía y ventaja.

En nombre de la democracia, no del comunismo, ¡Qué viva José Martí! ¡Qué viva Simón Bolívar! ¡Qué viva Augusto César Sandino! ¡Qué viva San Romero de América! Y que descanse en paz Agustín Farabundo Martí.