El papá Harley (II)

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Por Ivanna Valeriano

01 June 2018

Una vez que los bebés estaban más fuertes podían empezar a comer, ya sea fórmula o la propia leche de la mamá, previamente extraída, almacenada y calentada a la temperatura perfecta.

Esa primera leche no era más que dos centímetros de una jeringa. ¡Dos centímetros!

Esa era la graduación o retroceso de muchos de los bebés y la depresión o alegría de muchas de nosotras.

¡Cuando Nathalie se tomó sus dos centímetros yo, me sentí en la gloria!

El día que le tocó tomar la leche a la bebé del “Papá Harley” todas nos dimos cuenta porque él llegó todo afeitado y con unos jeans y una camiseta cualquiera. Solo lo reconocimos por su gran cabellera sujeta en una cola desordenada y por sus botas.

Nunca olvidaré el brillo de sus ojos cuando la sostuvo y le puso la jeringa en los labios.

Se imaginarán que dos centímetros de leche en una jeringa pasan muy rápido por los labios de un bebé, pero él los hizo durar una eternidad.

Estábamos frente a frente, levantó la mirada y me sonrió. Nos sonreímos por largo rato como una pequeña conversación silenciosa que los dos bien comprendimos pues ambos sabíamos la sensación de esa pequeña victoria.

Sabía muy bien todo lo que estuvo sintiendo esos largos días, no importaba que fuera hombre, que fuera motociclista. Los dos, así como todas las otras madres y sus hijos estábamos allí en la misma situación, con el corazón destrozado, rogando porque nuestros hijos no se nos fueran entre los dedos, que nos regalaran un poco más de tiempo junto a ellos y quien sabe tal vez atrevernos a pedir la eternidad junto a ellos.

Sabíamos lo que era el sentirse impotentes ante la fragilidad de nuestra humanidad. El sentirse cansados y solos, enojados o temerosos. En fin, toda esa terrible gama de sentimientos que se puedan imaginar reina en los corredores de muchos hospitales con familiares preocupados, desgarrados, enojados o preocupados por el futuro de sus seres queridos. Al final, sentí rabia de haber tardado tanto en darme cuenta de que, en medio de las tragedias, todos somos iguales.

¡Todo eso lo aprendí con una simple mirada!

Una semana después Dios me dio el regalo de poder sacar a mi Nathalie de ese lugar.

Fue un día de alegría con una mezcla de temor por la aún fragilidad de mi hija y me preparé con sumo cuidado, con miles de preguntas y múltiples dudas de las tantas recomendaciones que me dieron las enfermeras que para ese entonces ya se habían convertido en mis amigas.

Antes de salir me acerqué POR FIN al “Papá Harley” y le dije que esperaba que su niña mejorara pronto y que sentía no haberme acercado antes. No recuerdo ni que tontas excusas le dije de que quería darle su espacio y de ser discreta. En fin, tonterías que se dicen cuando no sabes qué decir.

Nunca olvidaré lo pequeña que me sentí cuando se levantó y me dio su gran mano y me dijo: ”Enjoy your Little girl. But mostly, … enjoy being a mom” (“Disfrute de su niña. Pero, por sobre todo, disfrute el ser mamá”).

Sentí una punzada en el corazón al darme cuenta de la sabiduría y bondad que casi no alcanzo a ver pues se ocultaba bajo todo ese cabello y esas grandes botas. Cuántas otras enseñanzas se me habrán pasado por alto al haber juzgado y depreciado a personas por su simple apariencia, por exteriores tal vez sucios y obscuros que tal vez cubrían glorias.

Nunca terminaré de reprocharme el no haberle preguntado su nombre, sobre su vida, de donde era, quien era y por qué estaba tan solo.

Hoy quisiera tener la respuesta a todas esas preguntas para poder detallarlas en este relato, y poder deletrear con mayúsculas la verdadera identidad del “Papá Harley”.

Es por eso, que ahora siempre camino con un corazón abierto y presto a escuchar la voz de todo motociclista, mendigo, médico o barrendero, pues no vaya a ser que me pierda la oportunidad de volverlo a encontrar y poderle de una vez preguntar su nombre, su apellido y todo lo demás.

Colaboradora de El Diario de Hoy

samnatediciones2016@gmail.com