La fecha y el lugar están decididos. La canonización de Óscar Arnulfo Romero será en Roma el 14 de octubre de 2018. No fue posible satisfacer la petición del cardenal Rosa Chávez de celebrarla en El Salvador, el lugar que vio nacer y morir a quien se convertirá en el primer santo del país.
La conveniencia pastoral de haber tenido una ceremonia en nuestra tierra presidida por el Papa Francisco era grande. Sin embargo, no es poca cosa que se haya decidido realizarla en la Plaza de San Pedro. Roma es sinónimo de universalidad. Roma es la casa del sucesor de Pedro. Roma es donde confluyen diferentes culturas y naciones unidas bajo una misma fe y cabeza. Que el primer salvadoreño que llega a los altares sea canonizado en el corazón de la Iglesia Católica tiene un profundo significado.
Romero será proclamado santo junto con otros cinco, entre los que se encuentran Pablo VI, el Papa del final del Concilio Vaticano II —un evento que preparó a la Iglesia para los tiempos venideros y desafíos contemporáneos— y quien cumplió exitosamente con la delicada misión de guiar una institución agitada y confundida tras el concilio, sin miedo a hablar claro y reafirmar la doctrina, tal y como lo hizo en la encíclica Humanae Vitae, que aborda la cuestión de la transmisión de la vida y el problema de la natalidad.
El heroísmo de Mons. Romero es también considerado un fruto del Vaticano II. Vicenzo Paglia, postulador de la causa del salvadoreño, afirmaba en 2015 que “es el primer mártir del Concilio, el primer testigo de una Iglesia que busca vivir la esperanza del Reino, una esperanza de justicia, amor y paz”.
El elemento común entre los seis futuros santos es que son una imagen de la misericordia, según aseguró el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la causa de los santos, en la presentación de sus perfiles. La misericordia ha sido para el Papa Francisco una palabra clave desde el principio de su pontificado, que, entre otras cosas, se ha caracterizado por un fuerte acercamiento a los más necesitados y por un Jubileo Extraordinario de la Misericordia.
La canonización de Romero, además, se llevará a cabo durante el Sínodo de los Obispos dedicado a las nuevas generaciones. Bajo el tema “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, en esta reunión la Iglesia reflexionará “sobre su concepción de los jóvenes y el modo de interactuar con ellos, para ser una guía que sea efectiva, relevante y portadora de vida (…). No como un análisis empírico de un tiempo pasado, sino como una expresión de dónde estamos ahora, hacia dónde vamos, y como un indicador de lo que ella tiene que hacer para avanzar”, se lee en el documento preparatorio al sínodo.
Al canonizar a ciertos fieles, la Iglesia declara que ellos han practicado heroicamente las virtudes y vivido fielmente sus enseñanzas. “Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia”, declara el Catecismo. También los propone como modelos e intercesores.
A partir de esto, considero brevemente dos consecuencias prácticas. La primera es que Romero se convierte en modelo del amor, hasta el extremo de dar su vida por aquello que creía y consideraba justo. Es, en otras palabras, un testimonio de renuncia, entrega y heroicidad de una vocación.
La segunda es que, con su canonización, urge dejar de politizarlo. Puede que algunos creyentes no estén de acuerdo con ciertos particulares de su mensaje, pero, más allá de eso, la Iglesia ahora está confirmándonos que se mantuvo fiel a sus enseñanzas y doctrina. El tiempo ayuda a entenderlo mejor.
Periodista. Máster en
comunicación corporativa.
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