Las noticias de la administración Trump de colocar soldados de la Guardia Nacional en la frontera para resguardar el flujo masivo de personas, de terminar con la política de “catch and release” y de acelerar los procesos de deportación, contrastan con la realidad migratoria de Centro América. Entre 2009 y 2017 el crecimiento migratorio Centroamericano ha sido de 1 %.
Por un lado, la emigración de personas de sus países de origen sigue siendo desproporcionada, tanto en términos del número que puede estar saliendo, que oscila las 250,000 personas anualmente, como en relación con aquellos que logran entrar, quienes representan un poco más de un tercio. Por otro lado, las deportaciones han mantenido una tasa de expulsión anual de centroamericanos de más de 60,000, a países con condiciones que no les puede absorber. El número de personas que intenta salir y los que son deportados, para Honduras y El Salvador, es superior al incremento anual de la mano de obra de estos países.
Entonces, este movimiento migratorio no se ha traducido directamente en un aumento dramático de la inmigración hacia los Estados Unidos. Más bien, refleja las difíciles realidades por las que estos países están pasando. La lenta recuperación económica después de 2009 no se tradujo en grandes aumentos de riqueza e ingreso, el efecto del golpe de Estado en Honduras y su consecuente crisis política electoral reciente, así como la expansión de la violencia de las pandillas en El Salvador y la violencia desproporcionada causada por las redes de narcotráfico, aunado a los desastres naturales, han incidido sobre la decisión de emigrar. Sin embargo, la entrada no es masiva, tal y como se refleja en el discurso político.
Si bien es cierto la migración ha continuado, lo está haciendo a un ritmo decreciente. Esta disminución es particularmente notable debido al patrón de deportaciones, el cual se ha mantenido estable. Eventualmente, la cantidad de deportaciones reduce el número de personas en el país, debido a que la mayoría de las migraciones a los EE. UU. son irregulares y sin autorización legal para trabajar. A su vez, la proporción de reabastecimiento de migrantes del Triángulo Norte disminuye porque el número de entradas no es muy grande. De hecho, el número neto entre nuevas entradas de migrantes y deportaciones, en 2017, fue de 67,000.
Esta situación no solo va en contradicción con las políticas actuales de Trump; también tiene repercusiones de largo plazo para la región y Estados Unidos. Por ejemplo, nuestras encuestas muestran que al menos un cuarto de quienes logran entrar a Estados Unidos aducen que salieron huyendo de sus países. Esta realidad se confirma ante el hecho de que existe una correlación estrecha entre las tasas de homicidio y la emigración de los lugares de origen de estas personas.
Además, en términos económicos la mayoría de las personas del Triángulo Norte continúa viviendo con US$200 mensuales, en situaciones precarias y con modelos económicos obsoletos basados en la poca generación de riqueza. Pero también hay un gran contraste con la situación económica en Estados Unidos, donde la tasa de 4 % de desempleo refleja una demanda de mano de obra extranjera en sectores claves como la construcción (que representa solo el 4 % de la mano de obra del país, la mitad compuesta por inmigrantes), el trabajo doméstico, el cuido de ancianos y niños, y el servicio de alimentos.
Este es el momento en que Estados Unidos y Centro América pueden trabajar juntos en reconciliar las diferencias entre política y realidad, y plantear soluciones tanto a las causas de la migración, como a las necesidades de mano de obra.
La cooperación de Estados Unidos en Centro América es clave y ha sido muy importante. Sin embargo, su apoyo debe concentrarse en modelos y estrategias exitosas que contribuyan a generar riqueza en economías de escala. Esto se logra invirtiendo a la cadena de valor del capital humano, y en alianza con el sector privado más que con los gobiernos. Toda ayuda no solo puede ser condicionada a la contribución de los gobiernos, sino a la participación del sector privado y el rendimiento de cuentas para reducir la corrupción política y económica que ocurre.
De igual forma es importante reconocer que hay formas desde Estados Unidos que representan un gane para la economía, mediante programas de migración temporal como H2A (que emplea extranjeros en labores de agricultura), cuya cuota de visas es pequeña y no refleja la fuerte demanda de mano de obra extranjera en ocupaciones de baja calificación. El liderazgo regional tiene una responsabilidad de abordar la migración centroamericana con mejores respuestas y con compromisos reales. Aunque el papel aguanta todo, el peso de una caída de remesas en la región será inaguantable para estos países.
Colaborador de El Diario de Hoy