El titular estas letras, oigo cantar a lo lejos al inmortal zorzal criollo Carlos Gardel y me viene a la memoria Enrique Santos Discépolo, quienes, con expresivas frases como las que encabezan estas líneas, definieron con acierto e inspiración, al compás de una milonga, la brevedad de la existencia humana: “Un relámpago entre dos tinieblas”, como también la definió el Libertador Simón Bolívar. Con esa melopea de fondo, inunda mi mente una “bandada de recuerdos”. A mis años, ellos se acumulan y, a veces, en medio de una faena profesional, sin qué ni para qué, penetran en mi cerebro como un “flash back” inesperado. Misterios de la psicología.
Me sucedió ayer. En medio de un escrito sobre la importancia de la anticresis, vino a mi mente uno de ellos… Incorporados al clamor que invadía el territorio nacional, en mayo de 1944, Jorge Hasfura, Guillermo Manuel Ungo y yo, compañeros de banca en el Liceo Salvadoreño, adheríamos con ahínco viñetas subversivas (stickers) contra el dictador General Maximiliano Hernández Martínez. Tendríamos unos trece años y ya nos picaba el gusanito de la política. Lo que tenía que pasar, pasó. Una pareja de policías, garrote en mano, nos detuvo cerca del gran reloj del centro, en las proximidades del punto de camionetas. Cuando los vimos venir, escondimos las viñetas en lugar seguro: dentro de nuestros zapatos. Los policías nos encontraron limpios y nos franquearon el paso; pero lo difícil fue despegar después, en aquellos días calurosos, las famosas viñetas que se habían adherido con fuerza en el interior de nuestro calzado.
Pasó el tiempo. Jorge radicó en Venezuela y fue embajador de El Salvador en aquel país durante la presidencia del ingeniero José Napoleón Duarte. Guillermo, años más tarde, fue miembro prominente de la Asociación Católica Universitaria (ACUS); fundó, después, el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y terminó siendo un ícono de la izquierda revolucionaria durante la guerra civil. Y yo, permanente defensor del Estado de Derecho, después de dirigir la Asociación General de Estudiantes Universitarios (AGEUS), en unión de José Enrique Silva, Víctor Batarsé y Víctor René Guzmán, y luego de un breve paso por el poder en la Junta de Gobierno de El Salvador que derrocó al coronel José María Lemus, y de fundar después el partido Acción Democrática, seguí una larga carrera profesional y académica. Ahora, bajo la luz de la antigua lámpara de mi estudio, con gran esfuerzo visual, escribo mis memorias, pues fui testigo o protagonista de varios episodios de la vida nacional.
En estas líneas no hay moraleja. Son solo la literalidad de un amable recuerdo que intempestivamente penetró en mi memoria, con tal fuerza que después de tantos años, parece que fue ayer. “El chorro de la existencia pasa raudo”, dice Ortega y Gasset, y tal vez por eso ampliamos sus límites con las ilusiones y los recuerdos. Aquellas son propias de la juventud; y estos son patrimonio de la ancianidad, de modo tal que el rosario de ilusiones de los primeros años se convierte en una camándula de recuerdos en la senectud. Como dice Emerson: “Sin la memoria, toda vida y todo pensamiento no sería sino una sucesión de hechos desvinculados. Así como la gravedad sostiene a la materia para que no salga despedida al espacio, la memoria imparte estabilidad a los conocimientos”.
Pero volvamos al presente, que reclama la participación de jóvenes y viejos en esta hora difícil de la humanidad. Las notas apacibles del zorzal, son interrumpidas por las últimas noticias mundiales: resuenan los misiles sobre Damasco, la capital de Siria, como una reprensión de los Estados Unidos de América por el uso de cloro y gas sarín —afirman— del dictador Bashar al-Assad sobre su propia población; y las otras potencias del orbe toman posiciones en el Medio Oriente para amenazar con lo que sería una tercera y —quizás— final y definitiva conflagración. En Sur América, el dictador de Venezuela continúa administrando con veneno ideológico la miseria total por el fanatismo de imponer una utopía sangrienta, como es el socialismo del siglo XXI. Las fronteras de Colombia y Ecuador se tiñen con la sangre de tres acuciosos periodistas ecuatorianos, y Brasil se sumerge en una crisis interminable.
Por fortuna en nuestro país el viento sopla en popa, levemente. El resultado de las últimas elecciones es alentador porque se va imponiendo la cordura. Los debates interpartidarios constituyen un importante avance en el largo camino de superación nacional, y hace mal el Tribunal Supremo Electoral en cortarle las alas a una inédita práctica positiva. Entre todos, y con nuestro máximo esfuerzo, dejemos que siga soplando el viento bueno para conseguir, por fin, en nuestro país, la vigencia plena del Estado Democrático Constitucional de Derecho.
Abogado, exmagistrado de la
Corte Suprema de Justicia,
columnista de El Diario de Hoy.