Cuando hablo del proceso interno de ARENA para escoger a su candidato presidencial, algunos me preguntan por qué le presto tanta atención si se trata solamente de las primarias de un partido, al cual no estoy ni siquiera afiliado. Mi respuesta es simple: es interesante porque el voto secreto es un importante paso en la maduración democrática de nuestro país y porque las personas que están compitiendo cuentan con el perfil para asumir el difícil reto de guiar un país al borde del colapso después de más de una década de desastrosas gestiones.
Estamos a las puertas de las elecciones en las que los areneros decidirán si su candidato presidencial será Carlos Calleja, Gustavo López o Javier Simán. La responsabilidad que recae sobre los hombros de los afiliados no es para nada trivial.
Los militantes del partido tricolor deben ser conscientes de que esta vez se trata de una elección secreta. No es poca cosa. Esto significa que las “sugerencias”, presiones o, en el peor de los casos, amenazas para votar por determinado candidato —aunque sean deplorables— se pueden ignorar, sin temor a mayores represalias. Esa “matonería” es un indicio para saber a quién no elegir. No es posible que en un partido de espíritu democrático que dice defender la libertad se toleren estas imposiciones.
En esta línea, considero importante no tener miedo a escoger a quien sea autocrítico. La autocrítica fortalece a los partidos, aunque en el corto plazo parezca lo contrario. El temor de no hablar con la excusa de no hacer daño o poner por encima el partido y no el país, convierte a un instituto político en terreno fértil para el surgimiento de figuras que los manejan a su capricho y conveniencia para sus mezquinos intereses, con tanto poder que no es un problema desviar millones de dólares de fondos públicos, como ya se ha visto pasado.
Si los areneros quieren cambiar de verdad El Salvador y combatir la corrupción o las prácticas no éticas, es evidente que deben iniciar por la propia casa. No está demás, pues, ver de quiénes se rodean los precandidatos. Preguntarse: ¿cuál es el historial de estas personas y cómo ha sido su desempeño en caso de ocupar un cargo de elección popular?, ¿qué rol jugarían en un eventual gobierno?, ¿son coherentes con el mensaje del presidenciable?
Muchos lo han dicho y lo repetimos: hay que elegir al más capaz. Los foros, aunque no permitieron el debate o el intercambio entre los precandidatos para contrastar posiciones, ayudaron a hacerse una idea sobre quién podría ser el mejor para el Ejecutivo en las circunstancias en las que nos encontramos. El lado simpático de un candidato se puede mejorar con asesoría y con spots publicitarios; la capacidad para gobernar y sacar a nuestro país requiere preparación y experiencia, no sonrisas y abrazos.
En la próxima contienda electoral, será necesario luchar contra la demagogia, la antipolítica y contra quienes se construyen una falsa imagen a través de pseudomedios de comunicación o con el manejo efectivo de las redes sociales.
Para vencer, habrá que hablar con claridad, evitando los dobles discursos o querer quedar bien con todos. En un país con tantas necesidades, se necesita decisión y acciones contundentes, incluso impopulares.
Exigirá también no huir a debates, ni tener miedo a entrevistas sin guiones previos. Un demócrata de verdad respeta la independencia de los medios de comunicación y no intenta imponer agendas porque reconoce su importancia para la vida de los ciudadanos, aunque en ocasiones resulten incómodos. Quien no lo hace, paradójicamente cae en las mismas mañas de los “mesías políticos” poco tolerantes con la prensa.
Habiendo tantas otras cosas a considerar, pero poco espacio, no me queda más que augurar a los afiliados a tomar una decisión inteligente, libre de sentimentalismos banales e imposiciones.
Periodista. Máster en
comunicación corporativa.
jgarciaoriani@gmail.com