El 17 de febrero del año mil seiscientos murió en la hoguera Giordano Bruno, que a partir de entonces es considerado un mártir de la libertad de pensamiento.
El suplicio se llevó a cabo en el Campo de’ Fiori de Roma, muy cerca de la Plaza Navona, donde desde 1886 se levanta su estatua sobre un alto pedestal, costeada por suscripción internacional.
Bruno murió estoicamente, sin proferir un lamento. La hoguera era el castigo escogido por la “santa inquisición” ¡para “no derramar sangre!”. Se le considera uno de los fundadores de la ciencia contemporánea pero su muerte desalentó su avance en Europa por temor a los fanatismos religiosos.
Isaac Asimov dice que la muerte de Bruno tuvo un efecto disuasorio en el progreso científico de la civilización, particularmente en las naciones católicas, pero, a pesar de esto, sus observaciones científicas continuaron influyendo en otros pensadores, y se le considera uno de los precursores de la revolución científica copernicana. Vivió en una época en la que solo había rudimentarios instrumentos científicos (la invención del telescopio por Galileo fue posterior), al mismo tiempo que la magia y las supercherías dominaban el vulgo y la astrología se disputaba con la astronomía el predominio.
Bruno concibió el universo como infinito con un número igualmente infinito de soles poblados por seres similares a nosotros.
Su tragedia no se derivó tanto de diferencias con la doctrina católica propiamente dicha, sino por chocar con la opinión de la jerarquía eclesiástica respecto a las teorías de Copérnico, que, contrarias a la opinión oficial de la Iglesia de entonces, sostenían que la Tierra giraba alrededor del sol y no a la inversa, lo que más tarde causó la expulsión de Galileo de Roma.
La vida de Bruno se marca por constantes viajes, cambios de residencia, fugas, conferencias, madurez de ideas, enseñanza, esto último lo que regularmente lo sostenía. Era panteísta y sostuvo la infinitud del universo, lo que la ciencia ha confirmado al establecer la existencia de cien billones de galaxias y la posibilidad de que exista otra infinitud de universos.
La crueldad hacia los enemigos y adversarios también marcó a la Iglesia de entonces. Cuando Eneas Silvio Piccolomini asumió como Pío II, hizo ejecutar a cientos de bandoleros que asolaban las regiones romanas, lo que explica que la crueldad contra “herejes” se extremara.
Hay que educar, abrir senderos, maravillarse del cosmos que nos rodea
Era natural que un pensador elucubrara sobre la naturaleza de Dios, sobre la existencia de santos y la realidad de los milagros, sobre si Jesús era Dios, o como lo sostuvo Bruno, un mago, un hombre dotado de extraordinarias cualidades pero hombre al fin.
Bruno intuyó la infinitud del universo y al liberarse su mente de muchos dogmas pudo navegar mentalmente en las inmensidades del cosmos, casi llegar a Dios, que es la gloria de los hombres libres, espiritual y mentalmente libres, de todas las épocas, comenzando con los griegos, los primeros que descubrieron el espíritu y al descubrirlo poder liberarse de las ataduras que le impiden volar.
Cada pensador, cada mente emancipada, reconoce sus naturales limitaciones; hay que ser racional, decente, humano, moral, conciliador; hay que ser bondadoso con los que no logran alzar vuelo. Hay que educar, abrir senderos y maravillarse permanentemente del milagro que nos rodea en cada momento de nuestra existencia.