Con música y sonrisas recuerdan a una joven inocente asesinada

Cada día en esta ensangrentada tierra, veinte, quince, muchas familias son golpeadas en lo más profundo de su ser por los asesinatos a hijos, padres, familiares, amigos, vecinos

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04 April 2017

El cumpleaños número veinte de la joven Carolina Escobar Morán, asesinada hace pocos días, motivó a su madre ir al cementerio y llevarle música a su recordada hija, un gesto que conmueve a todos los salvadoreños que directa o indirectamente sufren similares tragedias.

Doña Noemy fue al cementerio a recordar a su hija, pero también lo hizo como un gesto para reclamar justicia, exigir que asesinatos como el de Carolina no queden impunes.

Quienes la acompañaron, con sonrisas pero muchas lágrimas en el corazón, recordarán siempre a Carolina pero también piden justicia.

Cada día en esta ensangrentada tierra, veinte, quince, muchas familias son golpeadas en lo más profundo de su ser por los asesinatos a hijos, padres, familiares, amigos, vecinos.

Se recuerdan fechas, sonrisas, frases, aniversarios... cada ser que se va deja heridas a sus deudos como asimismo memorias.

Hace muy poco el gobierno reclamó a la Fiscalía haber publicado la foto de jóvenes desaparecidos. El implícito mensaje fue: echemos tierra sobre esos casos, sigamos adelante.

Sin duda es fácil echar tierra cuando no se tiene compasión, cuando no hay sensibilidad respecto al sufrimiento ajeno; “mientras nosotros estemos bien”, no nos importa mayor cosa lo que sucede en el país.

Individuos endurecidos por sus propias tropelías.

Doña Noemy, la madre de Carolina, debe haber vivido con intensidad los años que pasó con su niña, su lucha para sacar adelante su hogar, el tiempo que prodigó a la pequeña para cuidarla, protegerla, ponerla en la escuela, alimentarla.

Y a eso se suman las dificultades que tienen tantas familias en El Salvador para curar a sus niños cuando se enferman, ya que en los hospitales faltan medicinas.

Ni El Salvador merece este horror ni el grupo en el poder merece a El Salvador...

Es de horror las pocas perspectivas de vida y la posibilidad de educarse que tienen los niños y jóvenes en El Salvador. Y es así como consecuencia de la agresión de los Años Ochenta.

Los padres van etapa por etapa, desde que sus niños salen de la cuna y gatean, comienzan a caminar, pasan de las papillas a otros alimentos, balbucean y aprenden a hablar, los bañan...

Y luego la emoción de llevarlos a la escuela, recogerlos al final de la mañana, preguntarles lo que aprendieron.

Más adelante para algunos estudios posteriores, los doce años y los quince años, el pastel para celebrar, las navidades.

Los niños se van independizando, tienen sueños, ven con emoción que va finalizando esa linda etapa de la vida y llegan al umbral de ser adultos...

Pero entonces, de los infiernos, un sicópata que no ha hecho nada en su vida fuera de extorsionar, robar, amenazar y matar, quita la vida a muchos de ellos.

Para las familias que sufren esos horrores la pérdida es inmensa, imborrable. Para los que vienen sembrando odio desde hace años y en el proceso enseñaron a los pandilleros a ir matando sin sentido, esas tragedias horribles son casos sobre los cuales hay que echar tierra, hacer de lado, borrarlos.

No merecía El Salvador padecer estos espantos como no merece el grupo en el poder este país que están destruyendo y además envenenando con sus permanentes prédicas de odio, sus lavados de cerebro programados para los escolares, sus ruinosas ocurrencias, su incapacidad para administrar, su voracidad.

Cada padre, cada familia debe cuidar en lo posible a sus hijos, formarlos como personas de bien.