Un enviado de las Naciones Unidas propone, “para superar la polarización”, que se trabaje en nuevos acuerdos de paz, o de país si se quiere, como ya lo pidió el gobierno, planteamiento que divide a El Salvador en dos partes: por un lado, el grupo en el poder con sus intereses; por el otro, la entera sociedad salvadoreña con su extraordinario dinamismo, su enorme diversidad, su polifacética historia, sus instituciones, su trabajo, sus conquistas, sus sufrimientos y sus sueños.
Proponerlo es desconocer nuestras realidades y nuestra institucionalidad, lo que mueve nuestro país, su historia, el legado de nuestros Próceres, los sacrificios que hacen tantos para seguir produciendo, trabajando, innovando, invirtiendo.
Terminar con “la polarización”, como lo concibe el oficialismo, es llegar al control total de nuestra sociedad, sin disidencia, sin alternativas, sin escape.
Con la izquierda totalitaria, al igual que en las zonas de control de los talibanes, no hay polarización, pues a los “polarizados” los ejecutan, como en Cuba los persiguen y los machacan.
La primera pregunta que les hacemos es: ¿qué quieren quitar de lo que mueve a El Salvador y qué estarían dispuestos a conservar, al menos del diente al labio?
¿Mantendrían la separación de poderes, los pesos y contrapesos institucionales, la independencia de los jueces, el derecho de moverse libremente por el territorio sin pasaportes internos?
¿Están dispuestos a respetar la libertad de expresión, el derecho a disentir, la garantía de ser juzgados mediante el debido proceso?
¿Están de acuerdo con que los mercados --y lo pensamos literalmente, los mercados de barrio, de pueblo, los supermercados, la tienda de la esquina-- sean la primordial fuente de abastecimiento para la población versus dispensarios estatales y cartillas de racionamiento?
Y sigue la letanía de lo que tenemos y que la mayoría de salvadoreños quiere conservar.
¿Es que la gente quiere salirse o, en cambio, quiere entrar?
Para entender lo que es una sociedad libre, es suficiente hacer un paseo por centros comerciales, mercados de los pueblos, almacenes de todo tamaño, ver la diversidad de vehículos que transitan y que prácticamente no existen en Cuba y eran muy pocos en los países del Este europeo, los países comunistas hasta el despanchurramiento del Muro de Berlín.
La diferencia se mide contando a los que quieren entrar en un país y a los que se quieren salir. Son discutibles las restricciones migratorias impuestas por el nuevo Gobierno de Estados Unidos, pero mucha gente, por los más diversos motivos, quiere entrar; a la inversa, en Cuba, como ahora en Venezuela, lo que la mayoría quiere es salir.
Y en El Salvador más y más personas quieren salir, escapar del clima opresivo que cada día que pasa es peor y dejar el agobio del temor y la incertidumbre.
Hay señales que exponen al desnudo las diferencias, una de ellas la moda. De Cuba no salen nuevas tendencias, comenzando porque el país, como eran detrás de la Cortina de Hierro, está en guerra contra el color; todo es gris en La Habana y por ser gris tampoco hay artes plásticas fuera de unos pocos casos, a diferencia, como ejemplo, de otro país muy pobre, Haití, que tiene un arte popular extraordinario en su colorido y su originalidad.
Así que, queridos lectores, escojan cómo quieren vivir...