Hay formas de sancionar sin causar daños permanentes

Hay momentos en la vida de los pueblos cuando en vez de ir hacia adelante, mejorar la convivencia y reducir el delito, se va a la inversa, de reculada, como aquí en El Salvador, donde se ha caído en una creciente vorágine de atrocidades.

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20 March 2017

Una policía de tránsito del Perú obligó a un taxista que había irrespetado una luz roja, a escribir dos mil veces “no pasaré cuando el semáforo esté en rojo”, sanción que el chofer no olvidará nunca y, es de esperarse, cumplirá sin respingar.

El castigo muestra las alternativas que hay a las multas --más a quienes difícilmente pueden pagarlas-- o encarcelamiento, lo que hace correr al arrestado peligros que van más allá de las faltas cometidas.

Muchos jueces condenan a infractores a prestar servicios públicos como barrer parques, limpiar hospitales o arreglar deterioros en escuelas y edificios públicos, lo que se agrega a la ganancia colectiva versus el sufrimiento de gente que normalmente no hace daño a nadie.

Y ese fue el caso de un billonario financiero neoyorquino, que por varias semanas y vistiendo el uniforme anaranjado de los barrenderos, estuvo arreglando y limpiando en el Parque Central de la ciudad.

Esa puede ser la pena alterna a los que consumen una droga en un bar: ponerlos a barrer, a limpiar, a faenas sociales, etc., lo que puede ser más efectivo que encerrarlos, donde además hay que albergarlos y darles de comer. Esto  nos lleva al tema de los brazaletes de seguridad que pueden servir para tener quieto a un infractor no violento: la objeción que se hace es que no hay recursos para comprar los brazaletes y los sistemas de alarma, pero no se necesitará dinero si a los propios reos se les hace escoger: o paga el brazalete y el sistema de alarma, o se queda en la cárcel.

Dinero habrá para ello, se puede estar seguro, además de que no es gracia estar encerrado ni en la propia casa ni menos en lugar ajeno, como lo ha hecho saber Assange de Wikileaks, que ya lleva unos años sin salir a la calle, como fue el caso del cardenal húngaro Midzensky, que en tiempo de los comunistas se refugió en la embajada de Estados Unidos por 20 años hasta que se vino abajo el Muro de la Infamia, arrastrando tras sí al glorioso bloque socialista de naciones; se despanchurró pero la mala semilla ha vuelto a germinar en Venezuela, Cuba, Nicaragua y, así lo anhelan algunos, El Salvador.

Los que buscan destruir vs. los que protegen la civilidad

El problema de la delincuencia, desde irrespetar un alto hasta dar de tiros a una joven porque rechaza los requiebros de un loco, es parte del piso de ideas, costumbres y disciplina donde se asienta toda civilización por primitiva que ésta sea. Los cazadores de cabezas de Borneo tenían sus reglas como las tienen los daneses, guardando las diferencias por supuesto.

Pero hay momentos en la vida de los pueblos cuando en vez de ir hacia adelante, mejorar la convivencia y reducir el delito, se va a la inversa, de reculada, como aquí en El Salvador, donde se ha caído en una creciente vorágine de atrocidades.

En nuestro país de una parte están aquellos que buscan destruir, descomponer la sociedad en su provecho; de la otra, los sectores que se esfuerzan para conservar una medida de civilidad, proteger a la familia, cuidar del empleo y el trabajo.

Son estos últimos, los sectores sensatos y constructivos, los que luchan para que no terminemos comiendo basura como los venezolanos.