Hay que proteger las almas y mentes de nuestros jóvenes

Lo que hace falta en nuestro suelo es incrementar los esfuerzos que muchas organizaciones hacen para educar, difundir principios morales, rescatar a jóvenes sumidos en vicios.

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26 February 2017

¿Cómo puede una sociedad protegerse de indoctrinamientos masivos, de la siembra de odio, de prédicas que dividen, envenenan, pervierten y embrutecen?

Nuestro país debe preparar antídotos contra los venenos del alma que los totalitarios inyectan con sus indoctrinamientos.

Una solución es emular las tácticas y modos de actuar de los que se dan a la tarea de envilecer a otros, pero con una diferencia esencial: no se debe mentir, ni calumniar, pero es válido exponer los historiales de los adversarios, incluyendo sus crímenes y sus alianzas con destructores de pueblos.

Lo que hace falta en nuestro suelo es incrementar los esfuerzos que muchas organizaciones hacen para educar, difundir principios morales, rescatar a jóvenes sumidos en vicios o que en algún momento escaparon de las estructuras esclavizantes del crimen organizado, desde las pandillas hasta los narcotraficantes, de donde es muy difícil escapar con vida.

Hace falta en nuestro país una o varias escuelas del pensamiento, que complementen y fortalezcan lo que medios de difusión, parroquias y movimientos cívicos ya hacen con éxito, con programas que se sintonicen cuando padres y familias afectadas pueden interactuar con sus hijos.

El punto de partida es claro: se toman los campos mentales donde se mueven los lavadores de cerebro y se va a la inversa, ejemplificando los errores y advirtiendo de los peligros que acechan al incauto.

Un comienzo son los libros y las historias que difunde la extrema izquierda, en su mayor parte glorificando gente cuyas actuaciones o son falsificadas o no tienen sustancia de ningún valor o  intentan justificar las fechorías que perpetraron.

Leer buena literatura, desde obras clásicas adaptadas a jóvenes, historias de la mitología universal, ejemplos de gestas heroicas, es sin duda muy superior a leer los librejos que el oficialismo recomienda.

¿No es acaso mucho más apasionante la trama de Los Tres Mosqueteros, de Jasón y los Argonautas, de Romeo y Julieta, que lo que el sistema receta a los asediados niños y jóvenes de nuestro país?

Hay una infinidad de historias y obras clásicas, creación de griegos, romanos, del período romántico francés, de leyendas japonesas y gestas chinas, de Gilgamesh el héroe de los babilonios, de las historias de Las Mil y Una Noches, de tradiciones hindúes, muchísimo más apasionantes que los relatos falsificados y luego muy maquillados de exguerrilleras?

Igualmente nuestra propia literatura —Salarrué, Masferrer, Claudia Lars, Gavidia— debe valorizarse y leerse.
 

O el esplendor de la civilización o la opresión y el oscurantismo 

Los padres de familia deben pasar a sus hijos lo que saben y hacen, desde el albañil que lleva a su lado al muchachito, al músico que pasa su pasión y sus destrezas a hijos y sobrinos, al ingeniero que hace lo posible para que los jóvenes de la familia sigan sus pasos.

Cada generación recibe enormes tesoros de las que le antecedieron, con la triste excepción de la nuestra, que ha recibido los escombros físicos y amorales de lo que destruyeron y victimizaron los del grupo en el poder.

Proteger lo que atesoramos de las tradiciones y esplendores de nuestra cultura y de la civilización occidental, es la tarea de las personas de bien en este suelo.

La alternativa no es alegría, otras libertades, otras conquistas, sino la brutalidad, la opresión, el oscurantismo, un retorno a las cavernas mentales y a la barbarie.