En el año 2008, varias organizaciones internacionales diseñaron un marco estadístico destinado a actualizar los sistemas de cuentas nacionales de todos los países del mundo, tratando de ofrecer a quienes implementaran sus métodos un cúmulo de datos lo suficientemente confiable como para interpretar a fondo sus respectivas realidades económicas. Pues bien, con una tranquilidad digna de mejor causa, a una década de haberse creado el manual, El Salvador dio a conocer su nuevo sistema de cuentas nacionales justo el pasado 23 de marzo, en vísperas de la Semana Santa.
Las cifras reveladas por el Banco Central de Reserva arrojan esa luz que se venía reclamando desde hace tiempo sobre la metodología y estadísticas que se han usado en el país para analizar nuestra economía. Tengamos presente que solo un sistema de cuentas nacionales renovado y creíble hace posible que las políticas públicas tengan los efectos positivos que en teoría se buscan. Y a la inversa: cifras e índices obsoletos —como los que teníamos— fragilizan cualquier esfuerzo para sacarnos del subdesarrollo.
La nueva base del PIB 2005 estaba por cumplir 12 años y la actualización estadística seguía sin ser divulgada. Nadie sabe las razones verdaderas de tal atraso, pero es evidente que las noticias no fueron nunca alentadoras. Para decirlo pronto, la economía salvadoreña es más pequeña de lo que creíamos: un 12 % menor, por ejemplo, si consideramos solo el producto nominal calculado para el año 2016. Y ese descenso se mantiene a lo largo de toda la nueva serie de datos, demostrando además que el déficit fiscal es más ancho, nuestras deudas son más insostenibles y los ingresos tributarios son más grandes de lo que sostiene el discurso oficial.
La consecuencia menos favorable para el gobierno es la relativa al nuevo cálculo del PIB per cápita, porque para 2017, si aplicamos la actualización, cada salvadoreño fue alrededor de $400 más pobre. En escandaloso contraste, los salarios gubernamentales suben como porcentaje del PIB y la inversión pública queda muy por debajo de donde debería estar, lo que viene a confirmar quién llevaba la razón y quién falseaba la realidad cuando se nos hablaba de la necesidad imperiosa de aumentar impuestos o de elevar el salario mínimo sin ninguna base técnica.
La gran pregunta, de hecho, es bastante simple: ¿cómo vamos a avanzar en el país con este manejo tan irresponsable de nuestra economía? Es extremadamente positivo que el BCR haya por fin presentado el nuevo Producto Interno Bruto, poniendo así freno a tantas especulaciones sobre el tema. Ahora será prudente que el Ministerio de Economía mantenga actualizadas las estadísticas, comenzando por recordar que ya pasó una década desde que se hizo el último censo de población y vivienda.
Pero el meollo del asunto va más allá de lo meramente estadístico. Desde 2009 no hemos avanzado nada en el camino del desarrollo y del combate efectivo de la pobreza porque nuestros sucesivos gobiernos han hecho lecturas hemipléjicas de la realidad económica, confundiendo políticas públicas con pancartas y viendo fantasmas donde no había. El efecto negativo de esa forma de administrar las diferencias y mezclar los problemas es lo que vemos reflejado hoy en nuestro sistema de cuentas nacionales: antes que menos pobres, lo somos más; antes que más desarrollados, lo somos menos.
Para el oficialismo es ya imposible ocultar lo que gritan las nuevas cifras. Al calor de la reciente campaña electoral, los candidatos del FMLN dijeron cosas que habrían terminado siendo desmentidas por la única institución encargada por ley de elaborar y divulgar las cuentas nacionales. Tuvieron la suerte de que el BCR publicara los resultados del cambio metodológico del PIB después de los comicios, pero ni así evitaron que los salvadoreños les pasáramos la factura por el deterioro económico que vemos cada día ante nuestros ojos.
Escritor y columnista
de El Diario de Hoy