En los años previos a la guerra “se daban cosas extrañas”, una de ellas el juego que hacía un grupo de militares con jefes de la extrema izquierda, como los pactos de un expresidente, Julio Rivera, quienes permitieron el control de los marxistas de la Universidad Nacional.
En esas fechas un distribuidor de diarios se encontró con que el encargado de recibirlos no estaba en su puesto, por lo que los llevó personalmente adentro y encontró, para su estupor, paquetes de publicaciones comunistas nítidamente colocadas en una oficina.
Lo sorprendente era que un renombrado coronel de entonces, luego asesinado por la guerrilla, era quien alquilaba el local.
El juego, hasta donde se dedujo entonces, era simular una grave amenaza de la izquierda radical para justificar acciones y censuras del gobierno y de los militares, los que al iniciarse el terrorismo urbano eran, los oficiales, los únicos personajes de alguna relevancia en el país que iban de un lado a otro sin escolta, aparentemente por reciprocidad con algún desconocido pacto con la incipiente guerrilla de no tocarse, lo que explica que ninguno de ellos haya muerto ya iniciado “el conflicto”.
Censura oficial no hubo en las décadas previas a la guerra, al extremo de impedir denuncias o críticas del público a instituciones, grupos o personas. Y el tema que movía pasiones era el agrario, con los izquierdistas y los democristianos clamando por su imposición, hasta que se decretó, propinando un golpe casi de muerte a la agricultura nacional.
Pero la denunciada falta de espacios para grupos de sediciosos fue una de las justificaciones para desatar la guerra, como si un diputado cogiera a tiros a un directivo de la Asamblea por cerrarle el micrófono.
Y además como venimos señalando: ahora que sobra la oportunidad de hablar y exponer, los supuestos censurados no dicen ni esta boca es mía, pues no tienen nada de importancia que contarnos.
Siempre los buenos son mayoría
acosada por malos y fanáticos
El caso de El Salvador de aquellos tiempos de justificar medidas enarbolando reales o potenciales amenazas se da en muchos países y desde todos los ángulos políticos, como cuando Maduro justifica entrarle a balazos y palos a los venezolanos para combatir “las maniobras del imperialismo”.
En todas las épocas, si bien la mayoría de pobladores de un país son buenos y tranquilos, hay un porcentaje de pérfidos, asesinos en potencia, exaltados, estafadores y sinvergüenzas.
Y son esa masa de antisociales y crédulos el bastión, voto duro, de izquierdistas radicales, peronistas y chavistas.
Lo que no se disputaba era la presidencia, en manos de militares, pero encabezando gobiernos civiles, siempre integrados por profesionales de prestigio sin vínculos políticos. Que uno de sus miembros fuera nombrado ministro era un galardón para cualquier familia.
Y en un caso, la elección del coronel Molina, el voto popular fue a su favor por el respaldo de los pobladores a la defensa que hizo el Ejército de los salvadoreños perseguidos en Honduras.
De los mejores presidentes que ha tenido el país son aquellos militares.
Pero en esto, como en todo, “queda tela que cortar”.