Desde pequeña —porque mi padre lo repetía frecuentemente— he tenido muy en mente la gran importancia de los últimos momentos: la última etapa de un trabajo, los últimos metros antes de llegar a nuestro destino, las palabras previas a una despedida, aunque ésta sea tan breve como el descanso de mediodía o un “buenas noches” al esposo o a la familia. Porque esos “últimos momentos” pueden significar triunfo o fracaso y, en muchos casos, vida o muerte. Los ejemplos abundan.
Recién hemos revivido la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Y uno de los pasajes más impactantes se remonta a la conversación entre Jesús y el Buen Ladrón. San Dimas —como lo identifica la tradición católica— creyó en la divinidad de Jesús, a pesar de verlo moribundo, escarnecido, aparentemente derrotado. Y ya sabemos la conclusión: en el último instante de su vida, ese ladrón cometió el robo más espectacular de la historia: se robó el cielo. Un ejemplo de fe, dolor de corazón, arrepentimiento y perdón que nos aplica a todos.
Y en los deportes, ¿cuántas veces sucede? El púgil que, finalizando el último round, ya con los ojos cerrados por los golpes, la cara hinchada y el cuerpo lleno de moretes, en un último esfuerzo noquea al contrincante. Y no digamos en el fútbol: el otro equipo, durante 90 minutos, ha ganado al Barça, 2 a 1; y en los 3 minutos de extra tiempo que decreta el árbitro, Messi y compañía marcan 2 goles al hilo. ¡Y parecía imposible!
Hay otros ejemplos, graves realmente: el padre de familia que, cansado tras un duro día de trabajo, a dos cuadras de su casa sufre un accidente tal vez mortal. Al contrario, el de aquel pasajero que, por poquísimos minutos de atraso, pierde su vuelo; ese que posteriormente se estrelló, sin que hubiera sobrevivientes.
En todos estos ejemplos vemos, como sucede siempre en la vida, dos caras en una misma moneda, que podemos resumirlas como: el que iba perdiendo y ganó, pero también el que iba ganando y perdió. Claro, en muchas circunstancias es la Mano de Dios que actúa, pero generalmente somos nosotros los que propiciamos determinado resultado, por una sola razón: vemos el final tan cerca, que creemos que ya la situación no puede cambiar. ¡Terrible error! Por eso mi padre lo repetía con tanta frecuencia: en los últimos momentos tenemos siempre la grave tentación de atenernos, de confiarnos y descuidarnos.
Con todo este largo preámbulo, quiero hacer un llamado a los alcaldes y diputados que finalizan su periodo el 1 de mayo, reelectos o no. ¡Tengan mucho cuidado! En estos últimos días el FMLN y su gente pueden hacer barbaridades, como igualmente tratarán de hacerlas en el Ejecutivo hasta que, Dios mediante, dejen el poder el 1 de junio de 2019. Deben estar muy alertas, no descuidarse, no dejarse engañar.
Y hago esta petición especialmente a los diputados y alcaldes de ARENA: ésta es su gran oportunidad para demostrarnos a todos los salvadoreños que sí son dignos de las curules y las municipalidades que, con nuestros votos, les otorgamos. Manténganse vigilantes, usen la inteligencia pero, principalmente, hagan acopio de su patriotismo: porque si piensan en función de lo que más beneficia y conviene a El Salvador, no podrán equivocarse.
¡Pido a Dios que les ilumine!
Columnista de
El Diario de Hoy