Dos y media de la tarde. En la montaña chalateca, a cielo abierto, el sol esplendente produce la sensación de abrasar más la piel. Sobre todo cuando la tez es clara, la cabeza poco poblada de canas y la solemnidad de la ceremonia impide al sacerdote usar gorrita alguna como protección. La anciana de la comunidad, Ana Gloria, que sin serlo se deja llamar así en virtud a su posición de liderazgo, ha convocado frente a la casa de don José Antonio para iniciar desde allí la procesión del Domingo de Ramos, a las tres de la tarde. En el Caserío Hierba Buena las distancias se hacen largas por lo empinado de las montañas y por la gruesa capa de polvo arcilloso que cubre los caminos. Ni adoquines ni asfalto son conocidos por allí, aparentemente, así que las nubes de polvo que levantan los pies al caminar llegan hasta las narices de los que acompañan, cantando, la procesión. Procesión que lideran los albos monaguillos y el cura, seguidos de cerca por los cuatro músicos estridentes y un femenino coro que disimulan las desafinadas voces de la comunidad en procesión que, con alegría, cantaba. Mezcladas en la procesión se distinguen ocho personas con camisetas blancas, bluyines y pañoletas color naranja anudadas al cuello (Rigo y Male las llevan verdes por ser los responsables del grupo). Si se los viera de cerca y de frente, cada una de estas personas lleva colgado al cuello, por fuera de la camiseta, un delicado crucifijo plateado, muy semejante al que se observa en el báculo papal. Uno de los pobladores camina tras el sacerdote intentando darle sombra con una suerte de palio que ha practicado con ramas de ciprés y mirto. Muy pocas palmas, las pocas que compró Lorena una de las misioneras su paso por La Palma, ahora participante entusiasta de la procesión.
El caserío Hierba Buena, en el municipio de San Fernando, tiene su propia ermita, visitada por un sacerdote cada dos meses, (ergo, las confesiones tampoco son frecuentes). La iglesia de Los Planes, la más cercana, queda demasiado lejos para cubrir la polvorienta distancia caminando. Aunque a veces lo hacen para oír misa o para reconciliarse, como nos contó aquella paupérrima mujer a quien visitamos en su casa de adobe, toda ahumada por dentro a pesar de que quema la leña afuera, lo que pudimos constatar pues esa tarde cocía el maíz para cocinar “mudos”, los tamales de la región. Prefiere caminar hasta Los Planes, nos dijo, para evitar las despectivas miradas que, por las pobres vestimentas de ella y sus hijas, recibe de los demás cuando va a la ermita. Al día siguiente, empero, llegó bañada y olorosa con su compañero de vida al retiro de parejas que Aldo y Aída dirigieron con su peculiar ternura, mientras sus niñas estaban en el retiro de niños que dirigieron Nuria y Juan Pablo y Óscar y Laura. Julio y Marbella no pudieron estar con nosotros ese día pues Gustavo, que se estrenó como gran jefe, los escogió para que lo acompañaran a la Misa Crismal en Chalate.
Todas las demás 40 familias misioneras vivieron lo mismo en los caseríos que les fueron asignados, caseríos visitados en pasadas Mega Misiones. El grupo de Hierba Buena trabajó de manera distinta: siendo la primera vez que contactábamos con esa comunidad, la Misión verdaderamente fue colaborar, sin imponer nada, con una comunidad de base, que contaba con una organización previa: se visitaron las casas que la anciana a la que le celebramos sus 45 años nos indicó, se siguieron sus indicaciones en todo para el Domingo de Ramos, para el retiro de parejas, para el de niños, para el de jóvenes, para el Vía Crucis (“Perdona a tu pueblo, Señor”, el mismo coro y todos), para la Adoración de la Cruz, para la vigilia del Sábado de Gloria. Bueno, miento: una vez que habíamos sufrido el polvo por varios días, le sugerimos amable pero convincentemente variar (y acortar) el Vía Crucis. Pero fue la única modificación: en todo lo demás la comunidad ya lo tenía todo preparado.
Tan bien organizados están para vivir su fe, la que recitan en el Credo pero que viven profunda, diariamente, con transparente sencillez, que imaginé al Beato Romero impactado como nosotros por tanta gente que conoció en su trabajo pastoral. Recordé sus palabras y, nuevamente, cobraron pleno sentido: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor…”.
Psicólogo y columnista
de El Diario de Hoy.