¿Quiénes viven en la opulencia y quiénes en la pobreza?

La corrupción es parte del esquema pues, para esa extrema izquierda totalitaria, apoderarse de bienes, sean públicos o privados, es el equivalente a "recuperar" lo que otros antes "usurparon".

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03 November 2016

La extrema izquierda, se dice, suele ser muy efectiva para hacerse con el poder y luego mantenerlo a sangre y fuego, como fue el caso del llamado “bloque socialista” hasta el desplome del Muro de la Infamia en 1989.

Lo mantienen con una simple fórmula: los capitostes del partido viven en la opulencia mientras el resto de la población se reduce a la condición de siervos, a quienes los obligan a mendigar lo que comen, lo que usan, sus viviendas, su transporte, lo poco que les permiten oír, mirar y leer. 

De allí las filas, “colas” para conseguir todo, pues forzar a la gente a estar de pie por horas les quita todo empuje para rebelarse.

Esa es la razón por la cual no existe caso de un país que cae en el totalitarismo donde los jerarcas vivan como el resto de la gente y la gente viva y tenga lo que es normal en las sociedades democráticas.

La mayoría de nosotros pudo ver el video del avión presidencial de Venezuela, con grifos de oro, dos cocinas, un dormitorio, etc., el avión de los principales gobernantes de un país donde la gente apenas come una vez al día y con frecuencia eso que come es lo que encontró en un basurero.

 La corrupción es parte del esquema pues, para esa extrema izquierda totalitaria, apoderarse de bienes, sean públicos o privados, es el equivalente a “recuperar” lo que otros antes “usurparon”. Los primeros casos de “recuperación” se dieron con armas en poder de policías, guardas o vigilantes: los mataban por la espalda, a quemarropa y se daban a la fuga con el fusil o la pistola del asesinado.

Fue en tal vil manera que uno de los jefes guerrilleros inició su “lucha” por el poder matando al pobre hombre que cuidaba uno de los portones del hospital  Benjamín Bloom.

Bajo tal siniestra óptica no existe corrupción, sino que embolsarse presupuestos, recibir coimas (mordidas) por compras estatales, vender votos, es parte del proceso de fortalecer al grupo en el poder, de concentrar en manos de sus jefes los bienes y las riquezas de un pueblo al que toman de rehén de sus tropelías.
 

Con bárbaras represiones
se mantienen en el poder


Fue esa concentración de poder y riqueza lo que llevó al cardenal Rodríguez Maradiaga, sacerdote universal, a decir que el comunismo es el capitalismo de unos pocos ladrones.

Los cabecillas se hacen de vehículos pagados con fondos públicos, de escoltas, de viviendas...

Más grave es cuando gente del partido carga los dados y se autoconcede privilegios para favorecer sus negocios, como ha ocurrido localmente con el caso del Sitramss, que ha favorecido un negocio privado a costa de causar un desorden espantoso en el tráfico de la ciudad. Queda por calcular el costo en desgaste de vehículos, combustible, contaminación, tiempo de los conductores, lo que pierden los negocios en una ciudad siempre en tranque.

Una vez en el poder, la nueva clase se toma un área para vivir, cerrada al resto de la gente, compra en sus tiendas, se educa en exclusivos colegios y academias, se cura en sus clínicas (fue en una de ellas donde atendieron a Chávez) y desde luego sus lujosos restaurantes y bares.

A la inversa, el resto de la población sufre calamidades, sin servicios normales en las democracias.