Casi simultáneamente se realizan dos elecciones presidenciales, la de Estados Unidos, muy reñida, y la farsa de Nicaragua, donde se presenta un solo candidato, Ortega, sin presencia de observadores independientes y sin controles válidos de ninguna naturaleza que puedan justificar el triunfo del dictador.
Los procesos electorales no son lo esencial de una democracia pero son el único mecanismo al alcance de los ciudadanos para fiscalizar a los políticos, exponer sus deseos y aspiraciones y echar del poder a los que no cumplen con las leyes o sus promesas.
En las dictaduras no hay elecciones en el real sentido del término, pero abundan las farsas electorales, las “ruedas de caballitos”, los partidos únicos y únicos candidatos, las represiones cuando los que usurpan el poder ven amenazadas sus posiciones y los que ganan legítimamente pero que luego usan esas victorias para entronizarse, como sucedió con Hitler en 1932 y con Hugo Chávez en 1999.
Y de allí una primera lección: una victoria en las urnas no es un cheque en blanco, una patente de corsario, sino la oportunidad de servir a un pueblo acatando el orden de leyes, las buenas tradiciones y lo que son los principios morales y los valores que rigen en una sociedad.
Y tampoco, como se expone en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, una elección o la voluntad de un conglomerado no pueden anular lo que son los derechos naturales del hombre, lo que Dios le dio: su derecho a la libertad, a la libre expresión, a labrarse por sí mismo su futuro.
“Todo marchaba bien
hasta que asomó el demagogo”
La farsa montada por Ortega y los sandinistas brilla por su total falta de brillo, hace ruido por el casi sepulcral silencio con que los nicaragüenses se resignan a su colosal error histórico de pasar de una dictadura “blanda” a un despotismo de depredadores con tragaderas inmensas que se entienden muy bien con depredadores que se han refugiado en la patria de Darío, de Jerez, de Madriz.
Todo contrasta con el bullicio y los incontables acontecimientos en Estados Unidos, que llevaron primero a designar a los dos candidatos de los principales partidos políticos, sus cambiantes posturas siguiendo los vientos de la opinión pública, sus errores, sus arrogancias, su fingida humildad, lo que deben ser los miedos íntimos de tomar el timonel del más poderoso acorazado del mundo en los huracanados océanos de la actualidad.
El Partido Republicano ya declaró que, de ganar la señora Clinton, “no habrá ninguna luna de miel”; cada propuesta, cada iniciativa política, cada nombramiento será cuestionado y atacado.
Y eso también sucederá si el electo es Trump, cuyas posibilidades de triunfo han tomado un giro inesperado, en positivo, en el curso de la última semana.
De lo que todos deben regocijarse es de que el senador Sanders, lo más cercano a un Chávez estadounidense, quedó fuera casi desde el inicio.
En uno de sus escritos, posiblemente “La Rebelión de las Masas”, Ortega y Gasset dice “todo iba bien (en Europa) hasta que asomaron los demagogos, los destructores de civilizaciones y de democracias, como se ha visto en Hispanoamérica, donde se puede creer que tal figura es lo peor pero se encuentra otro que lo supera en “peoridad”.
Y en eso El Salvador se saca las palmas...
Dios proteja e ilumine al próximo Presidente de los Estados Unidos.