¿Deben entregarse objetos del Museo Pablo Tesak?

No puede ningún gobierno de hoy reclamar como suyas piezas arqueológicas, por la simple razón de que nadie puede asegurar dónde se elaboró una estela o vasija, pues éstas se exportaban de un lugar a otro.

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05 October 2016

La civilización maya abarcó, en su apogeo, parte de El Salvador, Honduras en la región de Copán, Guatemala y principalmente el Petén y el sur de México, una cultura que se creía pacífica pero que casi se aniquiló en terribles guerras fratricidas, aunque muchos de sus ritos y simbolismos se mantienen en las prácticas religiosas de los indígenas guatemaltecos al día de hoy.

No puede ningún gobierno de hoy reclamar como suyas piezas arqueológicas, por la simple razón de que nadie puede asegurar dónde se elaboró una estela o vasija, pues éstas se exportaban de un lugar a otro, como los griegos en la Antigüedad vendían sus ánforas y artefactos por todo el Mediterráneo, al igual que egipcios, los pobladores de Creta, sumerios y babilonios intercambiaban entre sí lo que fabricaban, como parte activa del comercio de aquellos tiempos.

De hecho, uno de los períodos más esplendorosos del antiguo Egipto, el de Tell’el Amarna, que legó a la posteridad la tumba de Tutankamón y el busto de Nefertiti en Berlín, fue fuertemente influenciado y de seguro en parte ejecutada, por artistas y artesanos provenientes de Creta antes de que su civilización fuera destruida al explotar el volcán que dejó el gran cráter de Santorini, ahora una plácida bahía donde atracan buques turísticos que recorren el Mediterráneo.

Hubo un cardenal que quiso
arrasar con la Capilla Sixtina
  

 No tiene razón alguna, en este contexto, que el Gobierno de Guatemala, un país que no existía cuando los mayas eran el poder dominante en la región, reclame como suyas piezas que están en el museo Pablo Tesak, las que fueron con toda cortesía entregadas por la familia Tesak pero no “devueltas”.

Espanta pensar, como ejemplo, si hace pocos años Siria hubiera reclamado y obtenido como suyos los relieves de la época de los asirios que atesora el Museo Británico, de las obras de arte de mayor significado y belleza en el mundo, desde la serie de la cacería de leones hasta las puertas de Balawat, más pensando en la salvajada que perpetraron los del ISIS en Palmira y con la tumba de Jonás, o la destrucción a cañonazos de los majestuosos Budas de Kandahar a manos de los talibanes.

También sucedió con la llamada “revolución cultural” de Mao, que lanzó sobre China hordas de embrutecidos jóvenes por el comunismo, que destruyeron mucho del patrimonio cultural y artístico de China. Fue gracias a que los nacionalistas llevaron a Taiwán los “Tesoros del Palacio”, que los rojos no acabaron con lo más importante del arte chino, una de las glorias de la humanidad.

De la misma manera es espeluznante pensar en devolver a Iraq las puertas de Babilonia que se conservan en el Museo de Berlín, a poca distancia del altar de Pérgamo.

Desde todo punto de vista, los británicos, europeos y estadounidenses de hoy son más “descendientes” de los artistas asirios, budistas o griegos, que los habitantes de esos lugares,  comenzando por el hecho de que los levantinos rechazan el arte figurativo y llegan a destruirlo, como sucedió con los mosaicos que cubrían las paredes de Hagia Sofía en Estambul, arrancados para poner versos del Corán y arabescos.
  
Salvajes iguales hay por doquier y en toda época. Hubo un cardenal que luchó para destruir, “por impúdicos”, los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Y gente igual colocó hojas de parra en la estatuaria...