Para alertar a los colombianos sobre las consecuencias que puede tener la “paz” firmada por Santos, el expresidente Uribe señala los perniciosos efectos que un similar arreglo ha tenido para El Salvador, al borde de la insolvencia, con problemas fiscales graves, conflictos sociales, violencia descontrolada... la falsa promesa de bienestar, de “justicia”, convivencia, nunca se cumplió...
No sólo no se cumplió sino que nuestro país está catalogado como uno de los diez más corruptos del Hemisferio, más cuando “lo robado, robado queda”, uno de los sagrados principios comunistas en el mundo.
Para encubrir sus fracasos, la extrema izquierda siempre busca chivos expiatorios, grupos o imaginarios opositores a quienes echarle la culpa de un desastre.
Estos malos espíritus pueden ser desde “el imperialismo”, la Sala de lo Constitucional, los embajadores, la oligarquía... y, por tanto, el pueblo debe “salir a la calle”, con lo cual se cae en una tremenda contradicción: un grupo gobernante que por una parte se coloca el sombrero de la institucionalidad, pero al mismo tiempo alienta la “antiinstitucionalidad” incluyendo peroratas de parque.
Es muy triste que después de ser “los japoneses de Centro-América”, con una clase de emprendedores con mucha iniciativa y empuje, ahora seamos ejemplo de lo contrario, de desorden, crisis económica, desconfianza, desempleo y pésimos servicios públicos.
El espectro que se cierne:
la destrucción de estructuras
Lo que dejó fuera Uribe, el gravísimo problema que no se expone en su real dimensión, es el deterioro de la infraestructura nacional en todos los órdenes: el productivo, el físico, el moral, el institucional.
Considérese la destrucción de la infraestructura física. Sólo para reparar las carreteras dañadas por falta de mantenimiento y, en el caso de las calles, por desviar hacia ellas un tráfico para el cual no estaban preparadas, se requieren billones de dólares; ya alguien dijo que la fortuna de Bill Gates es insuficiente para reparar carreteras y caminos de El Salvador, sumando maquinaria, mano de obra y materiales.
A esto se suma el deterioro de los equipos de hospitales, oficinas, ministerios... los oficialistas no tienen noción del mantenimiento, en parte porque creen que “los medios de producción” tienen eterna vida, pues al haber desgaste aparece en el cuadro un factor y estructuras humanos que no son los “obreros y campesinos” que fundamenta el marxismo.
Hay, asimismo, estructuras empresariales, técnicas, financieras, de mercadeo, de organizaciones que responden a las cadenas de intercambio y de producción, que muchos en el oficialismo no comprenden por el simple hecho de nunca haber trabajado en el mundo real, produciendo, intercambiando, innovando.
Ese desdén por la organización y por lo administrativo, por la eficiencia, se refleja en los nombramientos ministeriales, que recaen en gente sin preparación y desconocedora del mundo en que viven y que se empeñan por destruir a base de regulaciones y, primordialmente, ocurrencias.
Alguien puede haber brillado volando cajas telefónicas, pero eso no lo prepara para dirigir sistemas inalámbricos de comunicación.
El Salvador no está preparado institucionalmente ni menos financieramente para enfrentar una catástrofe; hay que ver lo que está sucediendo en Haití, amenazado por una epidemia de cólera a causa de la devastación de sistemas de agua causadas por el huracán Matthew.
En esos espejos hay que verse...