Poco después que China cayera en poder de los comunistas, un funcionario del régimen explicó a un periodista estadounidense en qué consistían los programas de reeducación: es como si usted usa agua y jabón para lavarles el cerebro...
Ese fue el origen de la expresión “lavado de cerebro”, “brain washing”, para que se entienda cuál es la finalidad de los indoctrinamientos: lavarles el coco a individuos, grupos y pueblos enteros para que no piensen por sí mismos, que se conviertan en dóciles borregos.
Y en ese empeño y por confesión del propio señor Medardo, el que marca el paso a los comunistas, es que brigadas de activistas andan por todo el territorio, casa por casa, lavándoles el coco a sus militantes, una tarea de embrutecimiento socialista, para evitar que piensen por sí mismos, que se desvíen de las líneas que ha trazado el partido.
Como señalamos en una previa nota, a ese ejército de indoctrinadores hay que albergarlo, transportarlo, supervisarlo, alimentarlos a ellos y sus familias, indagar sobre lo que hacen e hicieron, averiguar quiénes resultaron reacios a que les sometieran al “brainwashing”.
Y eso cuesta mucho dinero, dinero que no llega de Venezuela ni de Cuba (que está boqueando) ni menos de la ya despanchurrada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
¿De dónde sale el dinero para ese masivo lavado de cerebro de pobres gentes?
Es obvio que sale de los bolsillos de los salvadoreños. Y es a causa de esa sangría que sufre el país que estamos en la mayor tristeza, que los hospitales y clínicas están en paro, que hay crisis en las finanzas estatales.
Para echar sal sobre la herida, una diputada oficialista dijo que “se necesitan más impuestos”, lo que puede ser una forma de “asustar a los burgueses” (effrayer la bourgeoisie, según la expresión francesa original) para que corran a aprobar más préstamos y aprobar lo que los sindicatos han denunciado como el gran robo de los ahorros de los trabajadores.
Talibanes, nazis, yihadistas,
criaturas indoctrinadas
El indoctrinamiento masivo, parte de las campañas publicitarias pagadas con fondos públicos, de los troles (el cabecilla de esa actividad criminal ha creado más de trescientas mil cuentas con tal propósito), es un acto delincuencial y peor aún si es con miras a influenciar para lograr una reelección y el desprestigio de adversarios políticos. Hasta el Departamento de Justicia de los Estados Unidos colabora en las investigaciones de estos hechos.
Es una tragedia que en lugar de fomentar cultura, saber, moral, responsabilidad, espíritu de superación, higiene... lo que se siembra es odio, complejos sociales, falsas expectativas de que lloverá maná del cielo rojo, igual “como sucede en Venezuela”.
Los lavados de cerebro son el cemento que cohesiona a los talibanes y las bandas del Boko Haram, el arma de Torquemada (la Santa Inquisición), el nazismo y el antisemitismo, lo que llevó a la tragedia histórica, de horror, de la Segunda Guerra Mundial y lo que ahora mueve al Estado Islámico.
Lo que se busca es condicionar a la gente a no pensar, a actuar como autómatas, a la obediencia ciega.
Los que visitaron los países del Este europeo en los meses siguientes al desplome del Muro de la Infamia relatan el triste espectáculo de gente deambulando en silencio, sin expresión ni vida, zombies producto del embrutecimiento socialista.