Niños nacen inocentes y malos padres los corrompen

No es la pobreza la que alimenta la delincuencia; constituye una infamia insultar a los pobres llamándoles criminales en potencia.

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26 October 2016

Lo que dice a su madre (y aparentemente fue luego editado) un hombre condenado a muerte haciéndole ver que fue ella la artífice de su tragedia al iniciarlo en una vida de delincuente desde que robó la bicicleta de un niño vecino, circula en las redes sociales, carta que, cierta o apócrifa, describe un drama que se repite una y otra vez en todas partes.

  La “carrera criminal” inicia cuando robó una bicicleta y la madre le ayudó a esconderla; luego robó el dinero de una vecina y así, rápidamente, el joven fue aprendiendo mañas, escalando en la gravedad de sus actos hasta terminar asesinando a una de sus víctimas y ser sentenciado a la pena capital.

Es casi una regla que los criminales “no nacen sino que se hacen”, que lo que ven en sus hogares, barriadas, escuelas y cárceles los hunde en un infierno.

No es la pobreza la que alimenta la delincuencia; constituye una infamia insultar a los pobres llamándoles criminales en potencia.

Las evidencias apuntan a lo contrario, pues bandoleros y facinerosos tienden a ser de clase media baja, ya que para delinquir se necesitan recursos, comprar armas, sostener guaridas y sostenerse a sí mismos.

En los periodos de violencia extrema que sufrió El Salvador, los jefes de los grupos radicales eran personas resentidas al no lograr lo que querían, pero no eran “pueblo” sufrido, “pueblo” de caite y cuma.

Lo corrobora en parte la historia del ahora condenado a muerte. Si robó una bicicleta es porque vivía en un vecindario donde los niños podían tener bicicletas y sus madres bolsos dejados en dormitorios.

Lo que ahora desangra a El Salvador es un “reprisse” de lo que sucedió en los Ochenta: grupos que se dividían en células, alias para encubrir a los jefes, secuestros y extorsiones, condenas a muerte a jóvenes por la simple sospecha de ser un infiltrado.

Una amarga historia
que debe 
difundirse
 
La carta del condenado a su madre es terrible, como igual pudo ser la carta a un padre que no supo disciplinar a su hijo, que le toleraba una conducta irregular o perversa. Dice la carta:

“Madre, creo que si hubiera más justicia en este mundo, tanto tú como yo deberíamos ser ejecutados.

¡Tú eres tan culpable como yo de mi miserable vida!

¿Te acuerdas, madre, cuando llevé a la casa aquella bicicleta que le quité a otro niño igual que yo? Me ayudaste a esconderla para que mi padre no se enterara.

¿Te acuerdas, madre, cuando me robé el dinero de la cartera de la vecina? Fuiste conmigo al centro comercial y lo gastamos juntos.

¿Te acuerdas, madre, cuando botaste a mi padre de la casa? Él sólo quiso corregirme por haberme robado el examen final de mi grado y a consecuencia me expulsaron.

Madre, yo era un niño, luego fui adolescente y ahora un hombre mal formado.

Era sólo un niño inocente que necesitaba la corrección, y no consentimiento. Te perdono y sólo te pido que le hagas llegar esta reflexión a todos los padres del mundo.

Gracias, madre, por darme la vida, y gracias también por ayudarme a perderla.
 

                        Tu hijo, el delincuente...”.