Mejorar la confianza en el país para atraer inversiones y generar empleo, combatir la corrupción y fortalecer las instituciones propias de una sociedad libre es lo que planteó la Embajadora de Estados Unidos, Jean Manes, un objetivo que vienen pidiendo desde hace más de doce años los sectores de trabajo y lo que cualquier persona sensata y de bien respalda para detener el desplome económico y moral en que nos encontramos.
Pero eso, a juzgar por las declaraciones de dos diputados oficialistas, es una intromisión en los asuntos internos, poner presión sobre el Órgano Legislativo.
Lo dicen sin pensar en los tres millones y tantos de salvadoreños que viven en Estados Unidos y en los miles de niños que están en un limbo después de cruzar la frontera...
La airada respuesta oficialista contra la Embajadora y la defensa del “estilo de vida” de Funes envían señales desalentadoras a los salvadoreños.
No hay alternativas decentes y que compaginen con la vida civilizada a lo expuesto por la Embajadora: fortalecer las instituciones, velar por la institucionalidad, ocuparse del manejo correcto del patrimonio público.
La alternativa a eso es escalofriante, pues la única constante es el odio, los complejos sociales y la carencia total de principios, lo que hace que las sociedades vayan de sobresalto en sobresalto, presas permanentemente del miedo.
Igual lo expuso la semana pasada el presidente editor del periódico venezolano El Nacional, Miguel Henrique Otero: lo que sostiene a Maduro en Venezuela es el miedo, como el miedo apuntaló el estalinismo hasta que un grupo de cirujanos despachó al monstruo durante una intervención quirúrgica.
Este desdén o desprecio por la ley ha causado que diputados y el oficialismo intenten asumir funciones que corresponden al Poder Judicial, a jueces y magistrados. Y en ningún caso es válido adelantar criterios sobre claros actos de corrupción, como viene sucediendo con respecto a personas que exhiben claras señales de enriquecimiento ilícito, “de ser ladrones” como se decía antes.
Cuando un grupo toma la ley en sus manos, otros siguen el ejemplo, como están haciendo las pandillas y grupúsculos de fuerza que brotan por todos lados, sin que esté claro cuál es la forma de revertir un desplome sin caer en una dictadura.
El ambiente de libertad
que se respiraba antes
Los que por una razón u otra viajan al exterior, a países tranquilos y civilizados aunque sean pequeños, envidian la vida en ellos, pues hay regiones donde la gente no cierra con llave sus puertas.
Esa tranquilidad se refleja en los gentíos que llenan las calles a todas horas, inclusive por la noche, como sucedía en San Salvador en los Años Sesenta; miles de miles estudiaban de noche, por lo que a la salida de los trabajos y luego después de las clases en academias y universidades, la ciudad era un hervidero de gente y nadie tenía miedo de llegar a sus colonias pasadas las once de la noche.
Eso ocurrió, desde luego, antes que la extrema izquierda se propusiera “liberarnos”, afán que causó setenta mil muertos y un retroceso de cuarenta años en nuestro desarrollo, retroceso que de nuevo está teniendo lugar; con ellos se llega al fondo cuando se pasa de zapatos a caites...