"Nadie gana una guerra comercial”, advirtió Xi Jinping, presidente de China y de hecho nuevo “emperador”, al referirse a las posturas de su colega estadounidense, Donald Trump, en favor del proteccionismo.
Promover el proteccionismo a estas alturas es mostrar desconocimiento sobre la situación en que se encontraba el mundo antes de la liberación económica y de una reducción importante de las barreras arancelarias.
Los ingleses marcaron el paso al adoptar un esquema de economía libre, de “dejar hacer, dejar pasar”, el “laissez faire”, que naturalmente estimulaba el intercambio, la inversión, bajos impuestos y la creatividad.
El proteccionismo, un nuevo mercantilismo, cree que al cerrar fronteras se logra el crecimiento, pero la experiencia enseña lo contrario. Los más afectados son los consumidores, pues se reduce la oferta de lo que se puede comprar o lo que se puede vender, además de que las calidades son inferiores.
El proteccionismo es cargar los dados en favor de los grupos protegidos, como digamos cuando en un pueblo no se permite que opere otra farmacia o una nueva despensa, lo que faculta a ambos establecimientos subir precios o reducir lo que expenden. Y esa experiencia ya la pasamos aquí en El Salvador con los negocios protegidos ligados al grupo en el poder: cargan los dados a su favor para obligar a la gente a usar sus servicios, como ocurrió con las financieras y otros establecimientos que, sin embargo, tuvieron vida efímera.
Pese a las ventajas que se otorgaron a sí mismas, las empresas fundadas a la sombra de Alba han sido un fracaso, comprobando que no se trata de “soplar y hacer botellas”, sino que se requieren capacidades administrativas elementales y experiencia que no tienen.
Con el proteccionismo los que sufren, ya lo dijimos, son los consumidores, sea porque no tienen acceso a lo último en tecnología (digamos vehículos con muy avanzadas tecnologías para proteger a los pasajeros), materiales más livianos para las carrocerías, sistemas de autoconducción en carreteras largas... al subir impuestos de importación, como lo han hecho aquí los efemelenistas (lo que es una forma de proteccionismo), el campo vehicular de un país es más ineficiente y menos duradero.
Siempre los grandes perdedores son los pueblos “protegidos”
Sin afán proteccionista, sino que como parte de su plan para exprimir a los salvadoreños, elevaron los impuestos a la importación de equipos computacionales, programas y nuevas tecnologías relacionadas, causando un daño muy grande no solo a quienes usan esos equipos y ahora tienen que pagar más por ellos, sino también a la educación en general, ya que los jóvenes y niños no tienen acceso fácil a esas herramientas que potencian tanto su aprendizaje como su capacidad para el trabajo. Y ese dinero que recogen con impuestos no sirve para mejorar servicios sino para despilfarrar y sostener activistas y las inútiles viajaderas de diputados y funcionarios.
Se dice que uno de ellos llegó al colmo que hizo un viaje a San José, Costa Rica, ¡vía Madrid!
El proteccionismo no es tampoco una especie de revive-muertos, como levantar a Lázaro de la tumba. La división del trabajo internacional es la que asigna productos y actividades, como es el caso con la mantequilla neozelandesa o la relojería, esta última que sin valerse de ningún proteccionismo pasó de los suizos a los japoneses y ahora de los japoneses a un país que poco jugaba en esa cancha, los Estados Unidos y su iWatch, el reloj más vendido.