Para el vocero del gobierno, los magistrados de la Sala de lo Constitucional “no son moneditas de oro... son ciudadanos de carne y hueso, al igual que nosotros y, por lo tanto, están expuestos a la crítica y al debate público...”.
Pero, como se demostró en las Olimpíadas de Río, aunque “todos somos iguales, unos son más iguales que otros”: los que por condiciones físicas excepcionales, disciplina férrea, entrenamientos sin pausa, logran vencer a otros “menos iguales”, no digamos a cualquier peatón de una ciudad cualquiera.
Igual criterio tiene que aplicarse a magistrados de la Corte Suprema por lo que son y por lo que representan: sus fallos tienen que ajustarse a una impecable lógica, ser el fruto de muchos años de estudio y de buen criterio, estar blindados contra interpretaciones antojadizas y, desde luego, estar por encima de lo que piensen personas de poco o ningún estudio.
El vocero dice que, al haber libertad de expresión, los grupos de choque enviados para impedir el paso de los magistrados Florentín Meléndez y Sidney Blanco en Chalatenango y Ahuachapán, tienen derecho de disentir, pero eso, estimado, es distinto a usar la fuerza.
Tampoco los magistrados --y aunque sean “de carne y hueso”-- son “iguales” en cuanto a su autoridad para llegar a un fallo, y más respecto a gente que se planta a media calle para acosarlos y hostilizarlos. El bloqueo violento de vías públicas no tiene nada que ver con la libertad de expresión.
La mediocridad y la falta de estudios lleva a muchos a atacar a los que los tienen, a personas que han hecho una carrera universitaria, que pasan exámenes, que rinden pruebas para graduarse, que son catedráticos muy apreciados, que han servido en la judicatura y en organismos internacionales y que continúan formándose para salir delante.
Nadie les regaló a los magistrados sus títulos, como sí lo hicieron con gente que únicamente hizo cursillos de seis meses. Dispensaron títulos pero hasta los que lo hicieron tuvieron vergüenza de otorgarlos a gente casi analfabeta.
Es natural que algunos que no han logrado pasar de un cierto nivel de instrucción no entiendan, e inclusive menosprecien, a los que a costa de mucho estudio, de mucho pensar, de mucho debatir, alcanzan una medida de sabiduría que los hace destacar en sus respectivos campos.
Son muchos los cirujanos pero pocos los que se reconocen como excelentes; muchos los emprendedores pero pocos los que se sitúan a la cabeza de una industria.
Y esto nos trae a la memoria el caso de un taxista en Madrid que no podía comprender la razón por la cual un alto ejecutivo de un banco ganaba mucho más que él, sin pensar que seguramente al otro no le fue fácil y quizá comenzó como él, pero tuvo el coraje para superarse y adquirir más conocimientos hasta llegar a ser un experto en finanzas.
El desdén hacia la gente
que se superó
La no comprensión de las jerarquías intelectuales, deportivas, artísticas o profesionales ha hecho que en Cuba todos ganen lo mismo: un ingeniero experto en estructuras devenga los mismos treinta o cuarenta dólares por mes que el barrendero. Y a causa de ello, la economía cubana está por los suelos, pues la gente carece de incentivos para superarse, esforzarse más, “ganar el oro” en el campo donde se desempeña.
El jurisconsulto come más o menos igual que todos, tiene rutinas similares a las de todos.
Pero la diferencia enorme se da al resolver asuntos constitucionales con precisión y elegancia.
Todos son humanos iguales, pero muy pocos ganan el oro
El vocero dice que, al haber libertad de expresión, los grupos de choque enviados para impedir el paso del magistrado Meléndez tienen derecho de disentir, pero eso, estimado, es distinto a usar la fuerza.
24 August 2016