En toda organización hay aspectos de su operación que se ubican más allá del aporte individual de las personas que dentro de ellas se desempeñan. Estos aspectos se pueden sistematizar eficientemente: asistencia y puntualidad del personal, funciones y tareas a desempeñar por cada colaborador, cobros, pagos de salarios, ingresos, egresos, estado y mantenimiento de la maquinaria con e infraestructura en la que operan, seguridad del ambiente que la rodea, etc.
Las empresas pueden llegar a conseguir certificaciones de calidad de su operación. Estas certificaciones expresan el supuesto básico de los sistemas de calidad: al sistematizar y respetar los procedimientos, procesos y comunicaciones de la organización, la calidad del producto que se consigue al final del proceso productivo queda garantizada desde el inicio. Aunque en términos generales este supuesto se cumple, alguna vez escuché de boca de un exitoso gerente “si metes basura al inicio del proceso, basura obtendrás al final del mismo”; claramente, él no es fiel creyente de la importancia de los sistemas de gestión de la calidad.
Las instituciones educativas son un tipo muy especial de organizaciones. Conozco varias, de nivel superior y de educación media, que se empeñan por asegurar la calidad de sus procesos. Incluso, se someten regularmente a extenuantes y meticulosos ejercicios que les permiten obtener certificaciones de calidad, lo que está bien. Yo sostengo que, a diferencia de otras organizaciones productivas, eso no es suficiente para asegurar la calidad educativa. Mi argumento principal apunta a la naturaleza del insumo con el que se trabaja y el producto que se consigue en cada organización. Una fábrica de vasos, por ejemplo, una vez sistematizados sus procesos y materias primas, obtendrá al final cientos y cientos de vasos uniformes, con las características deseadas, establecidas desde el inicio y de igual calidad. La Toyota, empresa icónica en esto de la gestión de calidad, basa su prestigio, productividad y ganancias en sus exigentes sistemas de control de calidad: cada modelo que se produce se ajusta a las especificaciones establecidas desde el inicio.
Es claro para mí que el talante de las personas que se desempeñan en las universidades, colegios, institutos o escuelas —docentes y administrativos— resulta más importante que la sistematización de los procesos. ¿Qué sistematizo en una institución educativa? Asistencia y puntualidad, calendario de actividades deportivas, culturales y pedagógicas, planificaciones didácticas y períodos de exámenes. ¿Qué evidencias voy a exigir de eso? Como la canción, “papeles, papeles, papeles, tan solo papeles… La asistencia y puntualidad son importantes, las reglas claras son imprescindible elemento de posibilidad, los textos y apoyos pedagógicos son importantes, pero la capacidad y experiencia del buen maestro son esenciales. Puede estar presente todo lo demás, puede tener cada alumno, cada alumna una computadora, tener las aulas aparatos de aire acondicionado, pero si la maestra no tiene conocimiento del tema que enseña, cultura general para ampliar horizontes en sus alumnos, si no conoce de didáctica para presentar de mejor manera los contenidos de su curso, poco efecto educativo conseguirá en sus alumnos. Profesores sin la pasión por enseñar son solo payasos tristes con una función por cumplir porque el espectáculo debe seguir. Y así como el espectador apenas ríe en este ejemplo, el alumno apenas aprenderá en el otro.
¿Qué es lo que realmente interesa? ¿Que la universidad, instituto, colegio, escuela consiga y mantenga su certificación de calidad o que la alumna —el cliente interno, razón de ser de cualquier institución educativa— genere una pasión por aprender? No caigamos en la trampa de la pregunta compleja. Para conseguir el desarrollo ¡ambos nos interesan! Las condiciones y procedimientos facilitan, promueven, coadyuvan, pero el buen docente es el elemento clave en la ecuación. Por favor, ministros, rectores, directores, supervisores, no se pierdan: lo primero, primero.
Psicólogo y columnista
de El Diario de Hoy.