El hombre, más que los peces, muere por la boca y, con frecuencia, vive para la boca. No fue hasta mediados del siglo pasado que la norma humana, pasar hambre, se convirtió en comer demasiado; los descendientes de los medio famélicos pobres de Estados Unidos son los obesos de hoy.
Y por vez primera en la historia moderna, debido precisamente al sobrepeso, a la comida chatarra, a la falta de actividad física, al pasarse en un sillón viendo novelones y juegos deportivos, se teme que el promedio de vida baje y no suba.
Estas líneas se dedican a aquellos que se afligen por su bienestar y quieren mantener su buena salud hasta en los años dorados, sabiendo, sin embargo, que el buen Dios puede llamarlos a sentarse a Su diestra en el momento que menos imaginan, indistintamente de los cuidados que tomen. La idea es que las crueles parcas se fijen en otros antes de fijarse en uno.
El organismo es un todo y lo que afecta a una parte casi de inmediato repercute en el resto. Las precauciones para disminuir la ingestión de carbohidratos se deben acompañar con similares medidas respecto al colesterol. Y en ambos casos, el ejercicio, el adecuado descanso, reducir el estrés y no empinar el codo más de la cuenta, contribuyen a reforzar los buenos hábitos respecto a grasas y carbohidratos.
A un amigo su médico le dio un consejo: no tome jugos, sino que coma la fruta, pues ésta se metaboliza mejor sin agregar tanta azúcar al cuerpo. Y en lugar de ingerir cereal con leche o jugo, siguió aconsejando el médico, coma avena mezclada con un puñado de nueces, pues la fibra le ayuda a reducir el azúcar y el colesterol. Al lado de eso, tomar mucha agua aunque no en las comidas. Los riñones tienen centenares de millones de vasos capilares por los que fluye el agua para purificar la sangre. Casi toda la gente que padece de los riñones ha tenido un historial de tomar muy poca agua.
Tomando meses en aprobar
un convenio de intercambio
Un viejo amigo de don Napoleón Viera Altamirano, don Carlos Leiva, médico prominente en San Francisco, recomendaba con insistencia “desterrar de la mesa” los cuatro grandes venenos: el azúcar, la sal, el hielo y las grasas.
El azúcar puede llevar a alguien a la diabetes; la sal, a la alta presión (cuya principal víctima son los riñones); el hielo, a problemas de bronquios, y las grasas, especialmente la mantequilla, a bloquear las arterias y causar trastornos cardiovasculares.
La mala noticia adicional es que cada veneno se combina con el resto para llevarse prematuramente a buenas personas de este valle de lágrimas.
La buena noticia es que con un poco de imaginación y cuidado se puede comer de manera sabrosa y de todo sin meter clavos al propio ataúd.
Lo importante es comer poco de lo malo y siempre con medida, sumando un buen régimen de ejercicio que puede consistir en caminar en la acera frente a la casa con el paso del hombre que necesita tomar un autobús en dos minutos y está a cuatro cuadras de la terminal.
El gran enemigo del ejercicio es el aburrimiento, por lo que ayuda oír radio, música, ver programas culturales o bailar para romper el tedio. ¡A moverse, amigos!