Una fabada es un viaje delicioso pero directo al infierno

Después de fiestas, playas, grandes comilonas, viajes a donde se come mucho, bebetorias, el cuerpo necesita reponerse y los excesos de peso botarse, pues de lo contrario la Madre Naturaleza, o el organismo, pasan la factura.

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Por Elizabeth Castro

29 March 2018

No hay más agradable forma de irse al infierno que comer una fabada asturiana un viernes de Cuaresma, nos dicen unas piadosas señoras para quienes comer aunque sea un pequeño pedazo de carne los viernes, y no digamos en estas santas fechas, abonan al pecador unos cuantos billones de siglos en las partes mas infernales del Hades.

Las fabadas, desde luego, están más que condenadas para los semitas, judíos y musulmanes, ya que el cerdo, aun el ibérico como el suino de donde se obtiene el prosciuto, son animales “inmundos”, una prohibición que se originó hace miles de años cuando comerlo era envenenarse, como le sucede a muchas personas que no se cuidan de lo que compran de embutidos en una vecina urbe de nuestra capital y que ya le costó la vida a un recordado colaborador de este Diario.

Cuenta Voltaire en Cándido, que la “santa” Inquisición andaba a la caza de pobres seres que no comían cerdo, pues eso comprobaba que eran o judíos o musulmanes y por tanto había que expirar su pecado en un “auto de fe”, quemarlos vivos en la plaza del pueblo.

Cómo esos tatas curas del Medioevo compaginaban el Sermón de la Montaña y las enseñanzas de Jesucristo con las hogueras, es un misterio.

Pues las fabadas son deliciosamente pecaminosas, pues al caldo de las fabes (se llaman judías en España, otro resabio del Medioevo) se les agrega pata de jamón serrano, tocinos, morcilla, chorizos... una irresistible preparación pese a los billones de siglos en el infierno.

Y pasaremos un secreto a nuestros lectores: uno de los mejores comederos para degustar la fabada es La Hoja de Madrid, donde para cerrar con broche de oro el festín pueden pedir un arroz con leche, preparado como en ningún otro lugar que conocemos.

Después de las alegres vacaciones,

el organismo pasa la factura

Casi todas las religiones tienen entre sus reglas para cuidar la salud de sus feligreses, periodos de ayuno y abstinencia, fechas para comer poco, no ingerir espíritus.

Obviamente el momento de comer fabada, o cualquier vianda en abundancia, es el mediodía, se trate de paellas, cochinito asado como en José María de Segovia, cabritos al estilo de Monterrey en México, suculentas barbacoas estadounidenses...

Mucho de lo bueno, se dice por allí, “es o ilegal o inmoral o engorda”: vean el revuelo causado en el norte por una joven liberada.

Después de fiestas, playas, grandes comilonas, viajes a donde se come mucho, bebetorias, el cuerpo necesita reponerse y los excesos de peso, botarse, pues de lo contrario la Madre Naturaleza, o el organismo, pasan la factura. De allí muchos achaques que persiguen en los años dorados, gente que no puede caminar sin andaderas, los que si se echan un traguito cogen zumba.

Y lo peor de todo, los que contaminan el ambiente y sus pulmones fumando, lo que acabó con la vida del rey Jorge V...