Hawking y las causas últimas

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Por Elizabeth Castro

28 March 2018

"Cosas que ahora estará descubriendo Hawking" lleva por título una de las mejores columnas de opinión que he leído con motivo del reciente fallecimiento del famoso científico de Cambridge. De ese texto, cuyo autor es el escritor y periodista español Enrique Álvarez, copio varios párrafos que en estos días de Semana Santa invitan a la reflexión:

“El muy admirable, aclamado y simpático Stephen Hawking ha dejado este mundo. Ya no está entre nosotros, aunque nos queda su recuerdo luminoso, su ejemplo sin par, y sobre todo, su legado de conocimientos sobre la historia del universo…

Hawking ya no existe. Su prodigioso cerebro ha cesado de funcionar y, si todo lo que confiere ser a la persona humana emana estrictamente de ese órgano, no solo su cuerpo se descompondrá de modo inexorable sino que se habrá apagado para siempre esa luz que fue su conciencia. Hawking vuelve a ser lo que era ochenta años atrás, cuando su madre y su padre todavía no se habían ayuntado: nada.

¿Nada? Cuando el organismo físico de un hombre perece, ¿se extingue también la voluntad del hombre, se extinguen sus deseos y sentimientos, se esfuma su anhelo de justicia, se aniquila su anhelo de conocer tantas cosas bellas y misteriosas que le fueron ocultas? ¿Se agota la fuente de sus sueños? La fuerza con la que amó o con la que quiso amar y hacer el bien, ¿no ha quedado a la postre sino como alimento de fantasmas y de gusanos?

Nosotros sabemos muy poco del cosmos, pero sabemos que Hawking un día fue niño, y, como cualquier otro niño del mundo, lo más probable es que fuera amado extraordinariamente por su madre y su padre. Y ese amor materno-filial es, como todas las cosas humanas, juguete del tiempo. Sus padres murieron tal vez muy pronto y ese amor desapareció. No sé casi nada de la biografía de Hawking… Solo sé que hubo un momento en su vida, un momento más o menos largo, en que fue objeto y sujeto de un amor extraordinario (el de su primera esposa).

Los físicos más encumbrados rechazan que queramos interrogarnos sobre las causas últimas. El mundo se creó él solo, según dicen, y no preguntemos por qué ni para qué, por qué hubo un big bang, por qué hay cosmos en vez de haber nada, para qué el ser, para qué la existencia. Entrar en ese juego es de necios, de cavernícolas. Los científicos reprueban las cuestiones metafísicas, es decir, desacreditan a quienes quieren ir más allá de la física.

El muy admirable, aclamado y simpático Stephen Hawking ha despertado al fin del sueño de este mundo y ha visto de pronto que las preguntas seguían ahí. Que la vida es un misterio en el más allá como lo era en el más acá; que sin misterio no hay dicha humana posible. Solo que ahora para él el misterio es mucho más envolvente, mucho más fascinante y también mucho más iluminador. Es un misterio que devuelve transfigurada toda la vida vivida, todos los amores y los odios, todas las dulzuras y los desdenes, todos lo que dimos y todo lo que negamos. Un misterio que nos abre para siempre a la libertad del amor, si al morir hay en nosotros un átomo de caridad, o que nos entrega para siempre a la perdición, si solo hay en nosotros egoísmo y arrogancia.

Tengo para mí que los científicos ateos dedican tanto esfuerzo a investigar el universo que no suelen dedicar ni un minuto a contemplarlo. Y de ahí procede su escepticismo. Pero, si en el momento de morir Stephen Hawking había en su alma ese átomo de caridad, es seguro que ahora mismo estará conociendo de verdad el universo, descubriendo que resulta ser mucho más bello y pleno de sentido de cuanto su ciencia e investigación pudieron mostrarle”.

Escritor y columnista

de El Diario de Hoy