Cuídese, presidente Santos, de la narcoguerrilla roja

Ojalá que el drama salvadoreño contribuya a llevar por buenos rumbos el proceso colombiano, que para algunos asemeja el grave problema que enfrenta Afganistán con los talibanes.

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03 April 2016

Bienvenido sea a nuestro país el Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos Calderón, miembro de una familia distinguida de editores y periodistas, nieto de Enrique Santos, “Kalibán”, e hijo de la gran persona que fue Enrique Santos, amigos de nuestro fundador y asimismo de quien por muchos años estuvo al frente del Grupo Editorial Altamirano.

Es bueno que el presidente Santos sepa que El  Salvador es un ejemplo de los riesgos y descalabros a los que puede conducir una negociación con bandas guerrilleras “sin Dios ni moral ni ley ni mayor educación”, que rechazan el Orden de Derecho, el imperio de la razón y lo que es decente, humano y sensato.

Alguna forma de acuerdos era imprescindible para devolver una medida de civilidad al país, pero eso está muy distante de justificar lo que ahora sucede: un despilfarro sin límite de los bienes públicos en beneficio de la oligarquía roja, que inclusive amenaza los ahorros de los trabajadores salvadoreños.

Mal que bien los antiguos beligerantes han aceptado la existencia de partidos de oposición, de medios informativos independientes, de un esquema económico libre. Hubo “diálogo”, sí así quiere llamársele, para alcanzar los Acuerdos de Paz, pero la guerrilla continuó secuestrando a empresarios, matando a militares y escondiendo armas después de la firma en Chapultepec.

 Acuerdos de paz se vienen suscribiendo en el mundo desde tiempos inmemoriales: los hubo entre espartanos y atenienses, entre Roma y Cartago, entre Chamberlain y el Tercer Reich, entre nazis y soviéticos. Pero casi siempre los acuerdos sirven para que una de las partes se reponga de sus heridas,  se reagrupe y lance un ataque de sorpresa, como Hezbollah en Líbano...

Los comunistas no reconocen la democracia ni el Estado de Derecho

La guerrilla en El Salvador, manipulada desde La Habana, no se comprometió a nada sustancial: no reconocieron el Orden de Derecho ni la imparcialidad que debe tener la aplicación de las leyes ni los derechos de las minorías ni que es imposible forjar una sociedad democrática y pacífica si se continúa predicando el odio de clases, como lo han venido demostrando en todos estos años.

Pese al “diálogo” la guerrilla no entregó todo su armamento (un gran arsenal estalló en Managua y no se desmovilizaron los llamados “comandos urbanos”), a lo que se suma la negativa del FMLN a llegar a entendimientos sustanciales con los sectores de trabajo de nuestro país.

La obsesión estaliniana sigue viva en ellos, lo que les lleva a ir desmantelando lo que ha sido gobierno para colocar militantes en todas las entidades públicas. Han tomado el control de los organismos de seguridad con nefastos resultados, como han barrido el servicio exterior y las instituciones públicas en grave detrimento del interés general.

Desde la llegada de los comunistas al poder se “crearon” cuarenta mil empleos para acomodar activistas, lo que está dejando sin plata al Estado y se decretan más y más impuestos.

Ojalá que el drama salvadoreño contribuya a llevar por buenos rumbos el proceso colombiano, que para algunos asemeja el grave problema que enfrenta Afganistán con los talibanes, una banda de sicópatas...