La cero tolerancia a los abusos y faltas, indistintamente de su gravedad, es lo que permitió al exalcalde Giuliani devolver una sustancial medida de seguridad y tranquilidad a Nueva York, hasta esos años plagada de delincuencia y delincuentes.
Tirar basura en vías públicas y jardines, cruzar a media calle y no en los sitios permitidos, oír radio a todo volumen, eran igualmente multados como robar en un almacén o protagonizar una violenta riña, aunque el costo fuera distinto.
Lo que se buscó fue implantar en la cabeza de residentes y forasteros el hábito de la disciplina, de la obediencia a leyes, del respeto al bienestar común.
En otros términos, no vale aquello de cumplir con lo que me es fácil y me conviene, pero no con lo que no me gusta. Las normas y usos de la vida civilizada deben guiar la conducta de todos.
Es difícil encontrar un mayor contraste entre ciudades y países donde las leyes se respetan, y se respetan porque son leyes con sentido, con la situación de casi anarquía e inseguridad espantosa que prevalece en El Salvador.
No cuesta imaginar el escándalo que se suscitaría si un negocio o un particular destruye documentos para engañar al fisco, como en el Ministerio de Economía han destruido documentos e información oficial.
El insólito acto comprueba que quien lo hizo se supone investido de impunidad, pues cualquier otra persona se expone a ser procesada.
Destruir documentos que podrían resultar comprometedores encaja con las prácticas de los comunistas, de esconder, negar información, confundir, insultar a los grupos que señalan abusos, pretender que “aquí no ha pasado nada”.
Si bien, como advierte un dicho, quien nada debe nada teme, en países bajo regímenes autoritarios “aunque nada se deba, hay que considerar siempre lo de temer”, pues se inventan procesos, se multa y se persigue fabricando supuestas pruebas, como ha sucedido con los “delitos contra el honor” e inventadas evasiones fiscales.
Como con la fábula de Esopo sobre el cordero y el león, en que una a una la mansa criatura desmentía las acusaciones de la fiera hasta que ésta atacó por atacar.
El funesto ejemplo cunde:
se emborrachan “con lo mejor”
Se ha recurrido a toda clase de enredos para evitar revelar los viajes de Funes y la mujer, los que se dice que nada dejaron al país fuera de agujeros en el patrimonio de la gente. Y la gente piensa que esto podría deberse a un hecho: además de exponer los montos y en qué se gastaron, involucrarían a muchos, muchísimos funcionarios, unos encargados de reservar vuelos y hoteles, otros que cuidaran que las tarjetas de crédito no estuvieran “topadas”; otros que las pagaban, otros se ocupaban de obtener los fondos...
Es obvio que muchos de esos empleados y funcionarios no estaban de acuerdo con lo que hacían, pero “órdenes son órdenes”, más en un país donde por “quítame de encima estas pajas” despiden a la gente.
Los subalternos se sienten con licencia para abusar igual y en lugar de emborracharse en casa, lo hacen en París o Los Ángeles.