En esta cuaresma son miles de personas las que han ido en busca de los sacerdotes para confesar sus pecados y recibir la absolución. El sacerdote por sí mismo no tiene el poder de perdonar los pecados; tampoco el grupo de Apóstoles que andaban con Cristo tenía ese poder. El profeta Isaías 43:25 nos recuerda: “Soy yo, soy yo quien, por tu amor a Mí, borro tus pecados, y no me acuerdo más de tus rebeldías”. Y en Hebreos 8:12 leemos: “Porque tendré misericordia de sus iniquidades, y de sus pecados jamás me acordaré”.
El sacerdote confesor, como dice el Papa Francisco, “no es la fuente de la Misericordia ni de la Gracia: ciertamente es el instrumento indispensable, ¡pero siempre es solo un instrumento!”. Jesús dio poder y autoridad a Pedro: “Yo te daré a ti las llaves del reino de los cielos, y cuanto tú atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto tú desatares en la tierra será desatado en los cielos”. Al pequeño grupo de sus apóstoles les dijo: “La Paz sea con vosotros. Como me envió Mi Padre, así os envío Yo. Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos” (Juan 20:21-23). Claramente, los Apóstoles recibieron la autoridad de expiar pecados, o atarlos, en la persona de Cristo. ¿Cómo podrían ellos llevar esto a cabo si no saben cuáles pecados perdonar?
El seguimiento de Jesús no está exento de deficiencias y pecados. Esta realidad hace mucho mal. Basta mirar la escena del mundo: violencia, guerra, egoísmos, venganzas, irrespeto a la vida, y muchas cosas más. Lo triste sería perder el sentido del pecado y el sentimiento de culpa. Es necesario recurrir a la misericordia divina pues Dios “no se complace en la muerte de nadie, quiere que se convierta y viva” (Ez.18, 32). Dios busca a la oveja perdida, trae a la descarriada, venda a la herida, fortalece a la enferma (Ez.34, 16). Se hace necesario comprender el porqué de la necesidad de la reconciliación con Dios y la comunidad. Esto se consigue mediante el cambio de actitudes negativas y la mediación del sacerdote.
Para la confesión de los pecados se requiere una preparación personal a luz de la fe y una reflexión de nuestra condición de seres imperfectos. Estamos invitados a vivir una experiencia de liberación, de sanación, de curación interior. Permanecer en el error y pecado significa aceptar y convivir con la incredulidad, la indiferencia, el egoísmo, la violencia, el erotismo, el desprecio de los débiles, la discriminación, el olvido de los pobres, el afán y despilfarro del dinero, el espíritu de dominio.
Estos últimos días de cuaresma son una oportunidad para experimentar en nuestra vida el perdón y la misericordia de Dios. No hay que tener miedo de encontrarnos con Dios. Muy hermosa la reflexión de San Ambrosio: “La Biblia dice: Y Dios vio que esto era bueno”, pero cuando hizo el hombre y la mujer nos dice: “Dios vio que esto era muy bueno”. ¿Por qué dice “muy bueno”?, ¿por qué Dios está tan contento después del hombre y la mujer?. “Porque al final tenía a alguien a quien perdonar”. La alegría de Dios es perdonar.
Sacerdote salesiano