En memoria de Stephen Hawking (1942-2018)

Y si el más allá existiera, la imágen más acogedora sería verlo al lado de sus predecesores, frente a un gran pizarrón, escribiendo las ecuaciones para la Teoría del Todo con la siguiente anotación al final: “quod erat demonstrandum”.

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Por Napoleón García

14 March 2018

No todas las generaciones ven pasar a gigantes de la estatura de Johannes Kepler, Galileo Galilei, Isaac Newton, Albert Einstein o Richard Feynman. No cualquiera obtiene 12 doctorados honorarios de las más prestigiosas universidades en el mundo, la medalla presidencial de EEUU, la Orden del Imperio Británico, la Orden de los Compañeros de Honor, la medalla de Ciencias del Vaticano y ostenta la misma Cátedra Lucasiana que sostuvo Newton en la Universidad de Cambridge en 1669. Pero esa es la estatura de Stephen Hawking, físico teórico, inválido, confinado a una silla de ruedas, que se comunicaba sólo con el movimiento de un músculo en su mejilla.

A los 21 años, y con un futuro prometedor, se enfrentó al terrible diagnóstico de sufrir de Esclerosis Lateral Amiotrófica. Esta rara enfermedad neuromotora degrada gradualmente el uso de los músculos, dejando a sus víctimas completamente paralizadas pero su conciencia intacta. Deprimido, descartó la religión como consuelo y buscó refugio en la ciencia, tomando inspiración en el trabajo de astrofísicos contemporáneos. Gracias a eso, y aunque ya más desvalido, completó su doctorado con una tesis titulada “Las Propiedades de Universos en Expansión” en donde explora, en su cuarto capítulo, el origen de un universo como el nuestro desde un punto infinitamente denso conocido como la “singularidad”. El entusiasmo lo llevó más adelante a desarrollar su radical teoría sobre los agujeros negros, que será el tema de la ecuación #50.

Quienes le conocieron relatan que su casa era visitada por notables eruditos. Los temas de conversación que se escuchaban entre esas paredes eran los más extraordinarios y variados. Tenía el don de poder explicar conceptos tan astronómicamente sofisticados en maneras sorprendentemente sencillas. Su hija Lucy describe ese don de su padre de la siguiente manera: “Como niño, podías hacerle cualquier pregunta. En la fiesta de ocho años de mi hijo, uno de sus compañeritos se le acercó y le preguntó - ¿Stephen, qué pasaría si caigo en un agujero negro? Todos estaban muy interesados y esperaban la respuesta. Mi padre solo le dijo que se convertiría en spaghetti. Por supuesto, todos los niños se emocionaron y entendieron perfectamente su respuesta. Los adultos tuvimos que disimular que entendíamos”.

En alusión a su ateísmo, los periodistas aprovechaban cada oportunidad para indagar sobre su rechazo a la fé. Larry King lo entrevistó en una ocasión y le hizo la pregunta - “Dices que la ciencia puede explicar el universo sin un creador, pero ¿por qué hay algo en lugar de nada?”. Hawking respondió - “La gravedad y la teoría cuántica causan que los universos se creen espontáneamente de la nada”. Larry insistió - “Bueno, en términos sencillos, ¿crees en dios?” a lo que replicó - “Dios podría existir, pero la ciencia puede explicar el universo sin la necesidad de un creador”.  Larry continúa - “¿Que le da sentido a tu existencia?” y Hawking dice - “Tengo una vida plena y satisfactoria. Mi trabajo y mi familia son muy importantes para mi”.

Los tributos y las muestras de condolencias no han cesado desde que se ha conocido la noticia de su deceso. Líderes mundiales, científicos de todas las ramas, academias, universidades, revistas, artistas, estudiantes y políticos han mostrado con sus palabras la estima que gozaba entre ellos. A pesar de sus controversiales ideas científicas, políticas y religiosas, todos parecen coincidir en la calidad de persona que era.

La esperanza de vida para pacientes con su enfermedad es de 3 años luego del diagnóstico. Stephen Hawking vivió 52 años más que eso. “Siempre que hay vida, hay esperanza” dijo, citando a Cicerón, durante la inauguración de las Olimpiadas Especiales en Londres en 2012. Su vida es un grandioso y definitivo ejemplo de que la voluntad humana puede imponerse a la fragilidad de nuestros cuerpos. Las ideas desarrolladas durante su carrera quedan ya en los libros de texto y serán material de estudio por siglos. Y si el más allá existiera, la imágen más acogedora sería verlo al lado de sus predecesores, frente a un gran pizarrón, escribiendo las ecuaciones para la Teoría del Todo con la siguiente anotación al final: “quod erat demonstrandum” (lo que queda demostrado).