Yo no quiero feminismo

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Por Elizabeth Castro

12 March 2018

La semana pasada, para bien o para mal, llegó y se fue el 8 de marzo, día que las burocracias globales han decidido llamar Día Internacional de la Mujer. Y digo para bien o para mal, porque a pesar de que no es mala idea dedicar un día a celebrar los avances en igualdad para las mujeres y reflexionar sobre las luchas que hacen falta, el hecho de que la mera existencia del día genere controversias es algo que implica que aún hay mucho por discutir al respecto.

A ver: yo no quiero feminismo. A excepción de quienes se lucran del apoyo u oposición a los movimientos sociales y sin contar a los oenegeros profesionales, nadie en realidad quiere feminismo. Lo que a veces queremos, sin embargo, es muy diferente de lo que necesitamos. Y todavía necesitamos feminismo. En otras palabras, en un mundo ideal no debería existir un movimiento que ambiciona la igualdad de derechos y oportunidades para hombres y mujeres (quienes lo caracterizan como un movimiento que busca privilegios o supremacía, no lo han entendido), porque esta igualdad ya existiría. Igualdad de a de veras, porque limitarse a decir que ya las leyes han declarado la igualdad y que ahora que ya todo mundo puede votar deberían de una vez las feministas sentarse un rato y callarse la boca, es pecar de ingenuidad. Basta con observar las brechas entre hombres y mujeres en diferentes índices básicos de desarrollo para ver que no, la declaración constitucional de igualdad ante la ley y la conquista del voto universal no solucionaron todos los problemas.

Hablé recientemente al respecto del tema con una periodista de este rotativo para efectos de analizar su reportaje que, con base en los resultados de la reciente elección, refleja que de cada diez alcaldías, solo una será encabezada por una mujer en el país. Sería una simpleza argumentar que no hay más mujeres representadas en la política por puritita discriminación. Esa ya es ilegal, en teoría. La realidad es muchísimo más compleja: en nuestro país las barreras para que haya más mujeres en política son estructurales y las pocas mujeres en posiciones de poder político no son reflejo de falta de ambición individual o de discriminación electoral necesariamente, sino de la falta de igualdad substantiva de género. Esta se refiere a las brechas entre hombres y mujeres en diversos índices (medibles y comprobables) de desarrollo.

Por ejemplo, hay índices que muestran que son menos las niñas que acaban la escuela, quizás porque los incentivos y riesgos de educarse son diferentes para ellas que para los niños. Además de brechas en escolaridad, otros índices reflejan brechas en acceso a la salud y en los mercados laborales. Si bien en El Salvador la violencia pandilleril victimiza mortalmente a más varones, esto no disminuye el efecto de las demás barreras estructurales existentes.

El servicio público bien hecho es un sacrificio individual que implica darse a conocer en una campaña política, integrar una estructura partidista, y tener dotes de liderazgo. En nuestro país, la distribución de las labores de cuido en el hogar, aún recaen más en las mujeres, limitando su tiempo disponible. Y la parte difícil es que una sola política pública (como asignar leyes de cuotas o participaciones obligatorias) no cambiará estas realidades, solo lo harán los cambios culturales (en que las sociedades valoren las contribuciones de hombres y mujeres de manera igual) y la mejora general de servicios básicos.

Por supuesto que hay mujeres que han logrado éxitos sin estar conscientes de haber sufrido discriminación alguna, pero sus éxitos reflejan más bien excepcionalismo y suerte, no evidencia de que ya no existen barreras. También es verdad que las estadísticas y los índices de desarrollo no son más que mediciones y no determinan el destino individual de nadie. Pero mientras el lugar donde una niña nace siga teniendo impacto en sus posibilidades de alcanzar sus sueños, sean estos de representarnos en la política u otros, seguimos necesitando trabajar por el progreso —que no es más que a eso a lo que nos referimos cuando hablamos de feminismo— con independencia de si lo queremos o no.

Lic. en Derecho de ESEN

con maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg