Se dice que los partidos políticos representan las preferencias económicas, sociales y culturales de una población. Son quizá el medio de incidencia más importante que tiene un ciudadano en cuanto al funcionamiento de un gobierno. Sin embargo, lo que en teoría funciona como un mecanismo de representación democrática, ha sido, históricamente, uno de imposición ideológica. En lugar de ser el electorado quien determine cómo piensan y actúan estos, es la cúpula dentro de los mismos la que dicta al electorado como pensar; una acción que afecta la tradición democrática de un país.
Existe una falta de modernización y renovación de ideas dentro de los principales partidos políticos. Uno impone candidatos de dedo y el otro rechaza lideratos emergentes y cierra violentamente sus puertas. Más aún, todo individuo que se muestre escéptico o cuestione la posición “oficial” es considerado simpatizante del partido contrario, con los calificativos y anacronismos de costumbre. Todo aquel que se digne a cuestionar los “principios y valores” de un partido es categorizado como “progre” o miembro de algún “lobby” conspirador. No todo el que explora y/u objeta lo que diga la elite partidaria pertenece a un grupo “derechista” o “progresista”. Al contrario, todo aquel descontento con la uniformidad de pensamiento es, para parafrasear el poema “Invictus” de William Ernest Henley, “amo de su destino y capitán de su alma”.
Los últimos versos del poema antes mencionado, aplicados al contexto político nacional, abren un espacio de reflexión importante en cuanto al rol del individuo en la política. Cada quien tiene la libertad y el derecho de pensar como quiera, así como tiene agentes socioculturales que influyen en su manera de hacerlo.
Los partidos políticos, mediante esfuerzos propagandísticos son, naturalmente, uno de ellos. Sin embargo, el que estos deliberadamente den prioridad a controlar el pensamiento de los ciudadanos en lugar de representarlos mediante la apertura, es peligroso y revela las intenciones hegemónicas de las cúpulas partidarias. Es por eso que los versos de Henley son importantes. Pensar diferente, considerar opiniones distintas y tener pensamiento crítico es un ejercicio de libertad y rebeldía, en un sistema que disuade el individualismo y promueve la ignorancia. No es necesario adherirse a una ideología y defenderla a capa y espada. Al contrario, uno es el amo de su pensamiento y capitán de su barco ideológico.
El “Henleynismo”, como llamaré la práctica individualista anterior, no significa que un ciudadano será apático a los procesos electorales. Es imposible que un partido represente a un individuo en su totalidad. El Henleynista emplea un análisis pragmático de costo-beneficio, por sí mismo y a través de su propio pensamiento, para votar. Evalúa aquellas cuestiones de importancia nacional —de vida o muerte— cuya mejoría depende de quien este en el poder.
Llegará un punto, no obstante, en que a falta de cambio y apertura representativa, varios individuos se encontrarán estancados en sus decisiones electorales. Esto traería efectos y consecuencias importantes. Por un lado se abre el camino para el nacimiento de una tercera fuerza política. Si bien habría más de donde elegir y considerar, de fallar la tercera posición en atraer votantes de ambos partidos mayoritarios, dejaría el camino libre a uno de estos para consolidar su poder.
Por otro lado, el país se volvería susceptible al oportunismo de pseudolíderes de prácticas antiguas con piel de ideas nuevas. Estos tratarán de atentar contra el pensamiento individual al fomentar la idea de que todos los partidos políticos y movimientos del presente y futuro —a excepción del de ellos— representan los mismos ideales. Buscarán boicotear los valores democráticos, promoviendo la abstención y/o el “voto nulo”; prohibiéndole al electorado pensar por sí mismo.
En tiempos de elecciones y controversias, el pensamiento individual es un oasis de razón en un mundo de incoherencia. Entre más lo utilizamos y más cuestionemos nuestro entorno y las decisiones de nuestros líderes nacionales y partidarios, más nos acercaremos a ser “amos de nuestro destino” y “capitanes de nuestra alma” política.
Estudiante de Economía
y Ciencias Políticas