La propuesta legislativa de endurecer las penas contra los evasores fiscales al mismo tiempo que nada se hace contra los corruptos —delincuentes que exhiben sus mal habidas fortunas a plena luz del día— pone en vitrina la obsesión de los rojos con el tema de los impuestos: su política "económica", su respuesta a la falta de crecimiento y a la pobreza, su receta "social" se basa en exprimir a los productores y a la gente.
El gran misterio es qué hacen con las ingentes sumas que recaudan, con el dinero que reciben de préstamos y la colocación de bonos, pues obra no realizan, los servicios públicos están en la lipidia, la inseguridad desquicia al país, en todos los índices de bienestar y competitividad El Salvador se está desplomando.
La obsesión por los bienes ajenos les está llevando a contemplar el manoseo de los ahorros de los trabajadores, pretendiendo que esos ahorros son un "bien del pueblo". Y se perpetra el saqueo, en parte y, según dirigentes sindicalistas, al pagarles intereses por debajo de las tasas de mercado por el uso de esos fondos.
Hay en esto muchos "agujeros en el mar", programas y obras que no logran cuajar y que van de fracaso en fracaso; el gran hoyo de El Chaparral es el ejemplo de botar dinero en cosas inútiles, como también sucede con el Sitramss, un negocio privado que se toma vías públicas y que tiene tragaderas inmensas del dinero de los contribuyentes.
Los impuestos son siempre costos de producción, tan costo como el pago de corriente eléctrica, los cánones de arrendamiento de bienes raíces, la compra de materias primas, el precio de la tecnología, los salarios de los operarios, las pérdidas que se causan en un proceso industrial, los efectos de malas cosechas o de calamidades naturales...
Al ser costos de producción los impuestos inciden en el precio final de un producto. Y ese precio final lo pagan los consumidores que somos todos los habitantes en este país, ricos y prósperos, trabajadores activos o personas jubiladas, los niños que están por nacer y los jóvenes a quienes los padres sostienen.
Los corruptos pagan por consumo pero no por lo que roban
Tomemos un ejemplo: un agricultor cultiva hortalizas para llevarlas al mercado o venderlas a un mayorista. Para cultivarlas utiliza semilla, arados o tractores, gasolina, bodegas, vehículos... además de lo que necesita para sostenerse y sostener a su familia.
Pero el distribuidor de gasolina paga impuestos como el que da servicio a los equipos agrícolas o quien vende fertilizantes. Esos impuestos son costos de operación y, por tanto, se suman junto con otros costos, al precio final.
Al término de la cadena de insumos, labores, materias, actividades, etcétera, que hacen posible que tengamos en la cena un plato con vegetales, se habrá pagado esa suma de costos, lo que significa que los impuestos no los pagan los ricos o los comerciantes o los intermediarios o los banqueros, sino toda la gente en la cadena de actos que culminan en los vegetales que comemos o el concierto que escuchamos en un teatro.
Esto quiere decir que cuando cualquier gobierno cobra o sube impuestos, todos sin excepción los pagamos, nadie queda exento y, desde tal punto de vista, nadie evade pagarlos.
Hasta los corruptos pagan algunos impuestos por lo que consumen, pero ningún impuesto por lo que roban.