Las inquietudes los confunden de lo que está en juego

En estas elecciones hay dos alternativas: una ofrece la libertad ciudadana y continuar pensando y participando; la otra es la de las mordazas, las penurias, los palos al opositor

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23 febrero 2014

Los jóvenes --pensamos en lo que hace unos días dijo Rodrigo-- son de por sí escépticos de las fórmulas y estructuras que encuentran en la vida, suponiendo que hay muchos otros caminos pero que no se ofrecen y ni siquiera se plantean y discuten.

Y en esta coyuntura electoral ninguno de los candidatos les contenta al no presentar propuestas nuevas, o interesantes o que alivien su desasosiego. Y de allí que muchos prefieran no votar o votar en blanco.

Pero frente a la duda hay que tener presente la suerte de los jóvenes en Venezuela, víctimas de un régimen de izquierda extrema que no tolera crítica ni oposición. La respuesta a las demandas es una brutal represión.

No hay fórmulas mágicas para construir paraísos, aunque sí las hay muy efectivas para imponer infiernos. Y lo que hoy se presenta a ellos y al electorado es una opción para continuar ensayando y discutiendo y deliberando y oponiéndose y respaldando, y otra donde no habrá discusión ni crítica.

La fórmula comunista niega la libertad y, al suprimirla, priva a los jóvenes de toda posibilidad de influir en el orden social y de manejar sus vidas de acuerdo con sus propios criterios y potencial.

Si los comunistas ahora se valen de toda clase de patrañas para impedir que la gente conozca antecedentes de los candidatos, censura a unos mientras favorece a otros, y tienen la desfachatez de multar con quinientos dólares a un Presidente que abusa de su cargo, no cuesta imaginar lo que harán de llegar a controlar los organismos del Estado.

Los jóvenes salvadoreños deben aprender

de los jóvenes venezolanos

Bajo el comunismo los jóvenes pueden olvidarse de discutir y proponer opciones al quehacer social. El debate público muere como muere la libertad de expresarse.

En estos momentos hay que elegir entre ser libres y, por tanto, ser actores en la vida política, o estar sometidos, depender de fanatismos, de la ignorancia entronizada, de los odios y resentimientos de clase.

No hay un sólo país que haya caído en el comunismo, o que esté en poder de radicales de izquierda, que sea próspero, que deje a la gente hablar y pensar por su cuenta, que realice elecciones libres y honestas, que permita a sus pobladores salir y entrar libremente de su territorio.

Como tampoco existe ningún régimen comunista o de extrema izquierda en el cual los cabecillas tengan límites temporales a sus cargos. Ni el partido comunista salvadoreño ni la otra guerrilla han relevado a sus mandos desde que asumieron su dirigencia en las más oscuras circunstancias.

Y el ejemplo más claro de lo que puede acaecer en El Salvador es Venezuela, donde están reprimiendo por la fuerza y a balazos a quienes se oponen al descalabro económico y social del país y la radicalización de un régimen a cuya cabeza está un salvaje cuyas políticas han conducido a la bancarrota y a la escasez de alimentos y artículos de uso personal.

En estas elecciones hay dos alternativas: una ofrece la libertad ciudadana y continuar pensando y participando; la otra es la de las mordazas, las penurias, los palos al opositor. En una, la propia de países democráticos, las políticas se deciden a través del debate; en la otra la población no tiene voz y se ve forzada a cumplir con lo que la cúpula ordena.