Antes ametrallaban a votantes, ahora les piden el voto

Al votar cada ciudadano debe preguntarse si hoy está mejor que ayer, si confiaría su vida en quienes han derramado la sangre de inocentes

descripción de la imagen

Por

29 enero 2014

En las primeras elecciones celebradas después del cuartelazo de 1979, el cuartelazo del expresidente estadounidense Carter, de los curas liberacionistas y de rojos, la guerrilla ametrallaba las colas de votantes, pese a lo cual la gente siguió en su determinación y derrotó al impresentable grupo en el poder.

De 1982 acá mucho cambió en América: los rojos ya no se oponen a las elecciones, sino que las manipulan, perpetran fraudes, anulan candidatos, cambian cifras, falsifican resultados. Y como la cereza sobre el pastel diabólico, cambian las leyes para que el capataz pueda perpetuarse, como Correa en Ecuador, Chávez y Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua.

O simplemente se quitan de encima esa molestia de las elecciones. En Cuba el argumento es que "el pueblo ya votó", votó por los ahora envejecidos dictadores cuando bajaron de la Sierra Maestra, les guste o no les guste a los cubanos.

Los salvadoreños pueden descubrir, cuando no haya remedio, que si eligen al par de candidatos rojos, las próximas elecciones serán las últimas en que podrán votar en libertad. Y conociendo las alabanzas del candidato rojo por la dictadura cubana y el régimen venezolano, puede ser que no haya más elecciones. El país quedará como practicaba la guerrilla, donde la sucesión de unos a otros se definía con la defunción del previo mandamás, no por votaciones democráticas.

Hay en el mundo un orden democrático regido por leyes pero, además, existen muchas variantes de regímenes dictatoriales, desde el impuesto por los ayatolás en Irán, el que priva en Ecuador, el prevaleciente en Nicaragua (que saliendo de una dictadura benigna han caído en una cleptocracia, el orden de los ladrones), hasta la variante extrema de Corea del Norte, donde ejecutan en forma sumaria a los adversarios del régimen.

La gran violencia que nos victimiza le es indiferente al régimen

La violencia contra el adversario, el opositor, el crítico, es el signo de todos los despotismos, desde los nacionalsocialistas de Hitler hasta los talibanes en Afganistán.

Nada de eso quiere un salvadoreño bien nacido, pero por atolondramiento, por no saber escoger, por quedar embobado con promesas vacías como los programas "sociales", puede encontrarse en un infierno sin salida, donde nuestras vidas y las de nuestros seres queridos sean manipuladas por mafias en el poder.

Lo que ya comenzó a suceder en las zonas invadidas por las pandillas, que imponen su ley y aplican los castigos ---con frecuencia la pena de muerte— por decisión de uno, el cabecilla o los que tienen licencia para matar y que además matan, como lo comprueban los diez a quince homicidios diarios en los que las víctimas son personas normales y, además, indefensas.

La responsabilidad de cada muerte recae, en gran parte, sobre el régimen actual, que contando con todos los medios para combatir la delincuencia, desde el control de los cuerpos de seguridad hasta el control de un gran número de jueces rojos y de la legislatura, hace muy poco y, por añadidura, lo hace mal, para revertir el horror que pesa sobre el país.

Al votar cada ciudadano debe preguntarse si hoy está mejor que ayer, si confiaría su vida en quienes han derramado la sangre de inocentes, si quiere que el país caiga en poder de mesiánicos, si quiere perder sus libertades, como la de expresarse, hacer lo que le conviene, cuidar a su familia.