Dado que en El Salvador todo marcha de maravilla y la gente disfruta del “buen vivir“, no hay problema de que el país acoja con alegría a cientos de miles de deportados al vencerse el programa TPS.
¿De dónde es que la Secretaria de Seguridad Interna de Estados Unidos, Kirstjen Nielsen, saca tan optimista visión?
Pues nada menos que de las cifras oficiales del gobierno efemelenista, para quien el país está muy cerca del paraíso...
Según la señora Nielsen, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos tomó al pie de la letra los datos oficiales del gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén y las proyecciones en alza en materia económica y social para poner fin al TPS. “La economía de El Salvador está mejorando constantemente. El gobierno salvadoreño ha estimado que la tasa de desempleo del país fue del 7 por ciento entre 2014 – 2016...”, dice parte del informe.
Para el partido oficial (y probablemente para los cuarenta y tantos mil militantes que viven del erario), todo es alegría, abunda el empleo, la gente de las barriadas de la periferia goza de seguridad, entran y salen sin ninguna dificultad... etc.
Una cosa es lo que dicen, y lo saben, y la otra la realidad, lo que se refleja en la gran ocurrencia de mandar a Catar a los deportados, al punto que el gobierno ha invitado al Emir a visitar a El Salvador, equivalente a pedirle al Emperador del Japón o a la Reina de Inglaterra que se den una pasadita por estos lares.
¿Por qué no se van los señores efemelenistas a Catar?
Obviamente los que deben irse a Catar son los efemelenistas y demás fanáticos ideológicos que se entienden bien con religiosos absolutistas.
Lo que en Asia se cuenta sobre las condiciones de los extranjeros en Catar, en los Emiratos o de cualquier país del Medio Oriente musulmán, no es para saltar de alegría si algún miembro de la familia es contratado.
En nuestros países la ley se inclina en favor de los trabajadores; en el Medio Oriente es lo contrario y un trabajador se convierte casi en propiedad de quien lo contrata, que puede negarle el derecho de renunciar y volver a su país de origen.
Lo que nuestro país necesita es que los efemelenistas dejen de estar oyendo voces desde lo alto, de hacer caso a tales voces y de optar por la civilización y la democracia, pues ejemplos a seguir abundan tanto en la región como en el mundo.
Dejen de estarle buscando al gato la quinta pata.
Dejen de querer manejar vidas ajenas pues cada persona sabe lo que quiere y le conviene sin que le asignen una niñera o un capataz para manejarle su vida, lo que es precisamente el problema del Medio Oriente: que sus monarcas, sus autoridades y sus líderes religiosos pretenden manejar la vida del resto de sus vasallos y, desde luego, de los extranjeros, sean de Indonesia o de Centroamérica.
Y allí hay que buscar la diferencia entre una sociedad libre y una que no lo es: en los países regulados y en las dictaduras se le dice a la gente lo que debe hacer, dejando poco espacio a lo que alguien quiera hacer; en las sociedades libres la gente sabe lo que NO debe hacer pero queda libre para todo lo demás, como pasa con las señales de tráfico: ordenan y prohíben pero no imponen a nadie donde debe dirigirse.
Esa diferencia entre hacer lo que uno disponga libremente y hacer lo que le imponen es una de las razones principales por las cuales millones de salvadoreños se fueron del país: en los años 80 la guerrilla reclutaba gente contra su voluntad, secuestraba niños para convertirlos en carne de cañón o robar gallinas, los echaban de sus casas...