Siete mil idiomas en el mundo: ¿Cuántos merecen conservarse?

La práctica suelta la lengua para comunicarse con otros, pero no necesariamente el que habla con soltura es quien mejor preparado está para comprender las obras maestras de un idioma

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13 junio 2013

En el mundo se hablan siete mil idiomas, "la mayoría de los cuales estará extinta a finales de este siglo" dice un cable noticioso. Y al desaparecer, mucho de lo que guarden de su propia historia, su literatura y formas de vida, también morirá.

No es una gran tragedia, pues hay lenguas y dialectos que apenas los habla un centenar de personas, que nada tienen de valor por conservar y que, inclusive, carecen de escritura. Lo que poseen de tradiciones está ya traducido y recopilado, pero en un par de siglos nadie se acordará de ellos.

Eso va a ocurrir con el nahuatl pese a los intentos de un exministro comunista de obligar a jóvenes a aprender sus rudimentos, aunque no se saca provecho de poder decir "iré a comprar tortillas" en nahuatl cuando puede también decirse en español. Y leer la historia del Cipitío en nahuatl no se diferencia en nada de leerla traducido al español. Al fenecer el nahuatl, Dios mediante también se extingan los caites y los tapescos.

No son muchas las lenguas ni numerosos los dialectos entre esos siete mil, que tengan una significativa cantidad de obras literarias e históricas de mérito, y que, como en el caso de la poesía, sean casi intraducibles, o que al pasar a otro idioma conserven la fulgurante y sonora belleza de la creación original, como con Goethe y Heine.

A ello se suma otro hecho: los grandes escritores nacionales nacen hablando un idioma o dialecto pero escriben sus obras en la lengua principal de su mundo. Kafka, checo, escribió en alemán como Joseph Conrad, polaco, en inglés. Hasta Dante, los poetas y narradores italianos escribían en latín. Y, pese a sus fuertes raíces celtas (gaelico), Joyce escribió en inglés aunque un inglés con estructura gaelica, lo que vuelve difícil su lectura pero, al mismo tiempo, fascinante.

El santo grial del aprendizaje

es la gran producción literaria

¿A qué puede aspirar una persona a quien le encantaría aprender uno o más idiomas? Lo primero es determinar si su memoria y su oído van a ser sus aliados o sus enemigos en el propósito; lo segundo, plantearse qué es lo que busca aprendiendo ese idioma; lo tercero, mantener el esfuerzo hasta el final.

Hay inglés para ingenieros, inglés para trabajadores manuales, inglés para científicos, inglés para viajeros e inglés literario, como sucede en el resto de lenguas cultas. Muchos de nosotros conversamos sin problema con los hispanoparlantes de la Florida pero entendemos muy poco al hablar con los chicanos de California.

Volviendo a Dante: una novela del italiano Pirandello se puede comprender hasta la última palabra pero eso no garantiza lo mismo al leer la Divina Comedia, lo que también sucede a la mayoría de milaneses o napolitanos que se ve por las calles.

La práctica suelta la lengua para comunicarse con otros, pero no necesariamente el que habla con soltura es quien mejor preparado está para comprender las obras maestras de un idioma. Leer a Goethe en alemán, Hugo en francés, Shakespeare en inglés, Cervantes en español y Petrarca en italiano es el equivalente a entrar en el Parnaso de las letras universales. Toma muchos años y mucha memoria lograrlo.

Schliemann, descubridor de Troya, aprendió treinta idiomas con un fácil método: leía en la lengua nueva obras ya leídas en otras.