Calumnias que matan

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24 agosto 2011

Calumnias que matan Tenemos consenso amplio para abolir las penas de cárcel que hasta la fecha se imponen a los que cometan delitos de injuria, difamación o calumnia. Enhorabuena. Falta aún la aprobación formal de las reformas pertinentes en la Asamblea. Falta el texto preciso en el que se plasme el acuerdo de los partidos políticos, pero la decisión de despenalizar la crítica periodística está tomada. Esto es fundamental para la democracia. Siempre será posible que algún periodista o analista se exceda en sus juicios sobre actuaciones de funcionarios o de personas particulares que voluntariamente han aceptado involucrarse en asuntos de interés público. Siempre será posible que las opiniones o las informaciones periodísticas nos parezcan equivocadas o claramente sesgadas. Puede ser, incluso, que nos parezcan malintencionadas. Eso siempre será así, porque la prensa puede ser responsable, justa, honesta, condescendiente, amable y respetuosa, pero también puede ser áspera, grosera, incómoda, chapucera, irresponsable, injusta, molesta, hostigosa y pendenciera. A veces nos molestará su falta de rigor. A veces la credibilidad que otorgue a sus fuentes. A veces su falta de interés en las cosas importantes, o su falta de objetividad, o su natural morbosidad. Otras veces la mala calidad de un reportaje se deberá, simplemente, a que el periodista trabaja presionado, obligado a producir su nota informativa o su comentario en pocos minutos, antes del cierre de la edición, sin tiempo para profundizar un poco más, para matizar, para contrastar lo que le han dicho, para ponderar mejor las cosas que sabe y las que todavía no sabe. En cualquier caso, que a un funcionario o a un particular le moleste la manera en que un periodista haya comentado su labor o desempeño es algo que nunca ameritará ni justificará la amenaza o el acto de enviarlo a la cárcel por lo que ha escrito en un tabloide o por lo que ha opinado en un medio audiovisual. Sería sorprendente, en efecto, encontrar a alguien que haya participado de alguna manera en la política y que no se haya sentido alguna vez desacreditado, ofendido, tratado injustamente o dañado en su imagen por algún reportaje o columna de opinión. Demandar a un periodista o a un medio de comunicación por esas cosas sería situarse en la banalidad, en el egocentrismo, en el narcisismo o en el oportunismo. Esto puede afirmarse, con algunas salvedades, en relación con delitos de injuria o difamación, que solo consisten en expresar juicios de valor que puedan dañar la dignidad, el decoro, la imagen, o la autoestima de alguna persona. Diferente es la definición y las posibles consecuencias del delito tipificado como calumnia, porque a diferencia de los anteriores en este caso el infractor atribuye falsamente a una persona la comisión de un delito o la participación en el mismo. Y eso ya puede producir consecuencias mucho más graves. Aún así, se podría despenalizar la calumnia, pero estableciendo sanciones civiles más severas que en los casos anteriores y, sobre todo, manteniendo la posibilidad de prisión cuando la calumnia se hiciera con los dos agravantes que ya reconoce el código -reiteración y publicidad- y con el agravante adicional de incitación a la violencia o al odio. En relación con esta consideración, tenemos un ejemplo dramático en la historia reciente de nuestro país: el asesinato de los padres jesuitas, al que se dedica en estos días mucha atención y mucha exigencia de mayor esclarecimiento de la verdad y de las responsabilidades del caso. Pues bien, parte de esa verdad y parte de la responsabilidad de ese abominable crimen se puede encontrar en la insidiosa campaña de insultos y de calumnias que determinadas organizaciones y personas particulares lanzaron contra los padres en los principales medios de comunicación de nuestro país. Para muestra dos botones, entre muchas decenas de citas textuales que han quedado registradas: la Cruzada Pro Paz y Trabajo acusó a Ignacio Ellacuría y a Segundo Montes de ser ?responsables de toda la destrucción y de todos los viles y cobardes asesinatos que han cometido en nombre de la teología de la liberación?. Y en el mismo medio, al día siguiente del asesinato del Dr. Roberto García, un alto jefe militar acusó a la UCA de ser ?el centro de operaciones donde se planificó el asesinato del Fiscal General?. ¿Será correcto que se puedan lanzar impunemente acusaciones tan falsas y tan graves? En ese tiempo, los grandes medios de prensa eran horribles. Ahora casi todos los directores y editores de esos mismos medios se avergonzarían si se vieran confrontados por una recopilación exhaustiva de las barbaridades que antes se publicaban. Casi todos se sorprenderían del lenguaje que utilizaban, de la facilidad con que insultaban o acusaban, de la intolerancia que exhibían, del veneno que destilaban, del odio que instigaban, de los fuegos que atizaban. Los medios son ahora incomparablemente más profesionales, más respetuosos, más prudentes, pero eso no significa que hayan quedado erradicados para siempre los fanatismos más peligrosos o las tentaciones autoritarias de intimidación a la oposición. Por eso, lo mejor será despenalizar sin ambages la crítica periodística, pero mantener penas más drásticas a los que incurran en calumnias con todos los agravantes. Salvador Samayoa