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31 octubre 2011

Perdidos en el mar En las últimas dos o tres semanas hemos recibido dos fuertísimos encontronazos con la realidad.En las últimas dos o tres semanas hemos recibido dos fuertísimos encontronazos con la realidad. En las últimas dos o tres semanas hemos recibido dos fuertísimos encontronazos con la realidad. Primero fueron las lluvias, que reforzaron la conciencia de que el país es terriblemente vulnerable a los desastres naturales. Luego, la semana pasada, las Naciones Unidas emitieron un informe en el cual El Salvador se clasifica como el país más violento del mundo. Si algo debería de hacernos reflexionar son estas dos llamadas de la realidad-aun antes de pensar en que la economía ha dejado de crecer, que cada vez caemos más en la escala de la competitividad, que no hay inversión y que el desempleo está en niveles récord para nuestro país. El Presidente Mauricio Funes culpa todos estos problemas a los veinte años de ARENA que lo precedieron. Presumiblemente, extiende esta culpa a la historia del país desde tiempos inmemoriales, pues antes de los veinte años de ARENA, en 1989, había también problemas-la misma vulnerabilidad a los desastres naturales, una guerra terriblemente cruenta; una tasa altísima de pobreza, casi el doble de la que tenemos ahora; una tasa muy alta de inflación, en el orden de 30 por ciento; y una sensación de estar a la deriva, sin tener un liderato firme que encaminara al país por la senda del progreso. En realidad, fue entre estos dos puntos, entre la elección del Presidente Cristiani y la del Presidente Funes, que el país pareció entrar en dicha senda, que la economía comenzó a crecer, que la institucionalidad democrática comenzó a desarrollarse, generando la esperanza de que estábamos en buen camino. Pero algo se perdió en esos años, algo no se hizo, o se hizo mal, que nos mantuvo vulnerables a los mismos problemas y abrió la puerta a otros nuevos de similar gravedad. Este algo tenemos que identificarlo. No es un alguien. Ciertamente que las personas que han manejado el gobierno y principalmente los que han ocupado la presidencia han sido crucialmente importantes en determinar el rumbo de la nación. Pero lo que han hecho o dejado de hacer estas personas se los ha permitido la sociedad misma, a pesar de contar con todos los medios necesarios para protestar por las malas acciones cometidas o por las buenas acciones omitidas, y para exigir la rectificación de los errores: la libertad de prensa, que ha existido y existe sin mancha hasta este momento; la libertad de otros medios de expresión; los canales legales para presentar demandas al estado y sus representantes. Se violó la constitución con los fideicomisos, y nadie dijo nada. Se politizó el sistema del control de las cuentas del estado, y nadie dijo nada. Se politizó el problema de la criminalidad sin hacerse nada para resolverse, y nadie dijo nada. Se supo de la vulnerabilidad del territorio a los desastres naturales, como se ha sabido desde que los pipiles vinieron a nuestro territorio, y nadie exigió que se hiciera algo efectivamente para reducirla. Y así. Nuestra desgracia no emana de esos problemas de los que nadie dijo nada. Esos son los síntomas. En todas partes hay políticos que abusan de la autoridad y que tratan de medrar en sus posiciones. Lo que diferencia a los países desarrollados de los subdesarrollados, los bien manejados de los mal manejados o no manejados es si la ciudadanía les permite que hagan lo que quieren hacer en contra de los intereses del pueblo. En nuestro país el problema está en que ante estos y otros problemas nadie, o casi nadie, dijo nada. Eso es lo que nos ha llevado a nuestra triste realidad. Poco a poco nos hemos ido convirtiendo de un país en el que la gente desafió varias veces las balas de la guerrilla para afirmar su vocación democrática a uno en el que la gente lo único que tiene para aportar a la democracia (que hoy ya tenemos) es una frase cínica, destructiva, mientras se toma un trago los viernes en la noche. De héroes a cínicos y de allí a perdedores. Eso es lo que se ha perdido: la fibra moral que llevó a terminar la guerra y formar una paz que tenía todo para que saliéramos adelante. En algunos casos el no decir nada ha sido el resultado de pura cobardía. En otros, ha sido el resultado de intereses creados. Y en otros, la mayoría, ha sido por pura indiferencia. La mayor parte de la sociedad quisiera que la cosa pública la manejaran otros, o se manejara ella sola, de una manera eficiente y proba. Pero la realidad no es así. Si el dueño del país, el pueblo, mira hacia otro lado, sus mandatarios-el gobierno, los diputados, los jueces, los partidos políticos-trabajarán por sus propios intereses, no por los del pueblo. En ese ambiente, un día una persona decidida toma el control del gobierno e impone una tiranía. Y los que no han dicho nada por tantos años se quedan sin voz para siempre, y se convierten en esclavos de los que en una democracia deberían de ser no sus tiranos sino sus sirvientes. Esto lo sabemos, o lo deberíamos saber. Pero cada día es más cómodo ir al cine, o hacer cualquier cosa, que protestar abiertamente contra la indiferencia del gobierno y los partidos políticos ante la desgracia del país. Y así vamos, día a día, a la deriva, como náufragos perdidos en el mar, sabiendo que la tierra está cada vez más lejos y que las olas han comenzado ya a tragarnos, uno por uno, pero sin poder reunir la suficientemente fibra moral como para tratar de hacer o decir algo.

Manuel Hind