Salvador Samayoa Acuerdos de Paz

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09 enero 2012

A 20 años del Acuerdo de Paz: Conflicto armado interno A 20 años del Acuerdo de Paz Salvador Samayoa Comparada con la guerra de Vietnam, librada en un territorio de más de 300,000 km2, sin contar los teatros de operaciones de Laos y Camboya, que costó a Estados Unidos más de ciento cincuenta mil millones de dólares y causó no menos de dos millones de bajas entre muertos y heridos de las dos partes, se puede comprender que una guerra como la de El Salvador fuera definida en su momento por el Pentágono como un ?conflicto de baja intensidad?. Con esa denominación como núcleo conceptual, a la luz de la experiencia de Vietnam, se elaboró la doctrina que daría sustento y articulación a nuevas definiciones de estrategia y de táctica para pelear las guerras no convencionales, las guerras de contrainsurgencia, las ?guerras pequeñas? que se librarían en otros escenarios de África, Asia, América Latina y el Caribe, en el marco de la confrontación global entre el Este y el Oeste. En tal contexto, la guerra de El Salvador adquirió una gran importancia experimental y desató en poco tiempo un crecimiento impresionante de sus fuerzas militares, tanto en número como en estructura, en armamento, entrenamiento y actuación. Así se convirtió en una guerra de gran intensidad militar para los salvadoreños, aunque fuera siempre una guerra pequeña y de baja intensidad para Estados Unidos. Y no solo fue una confrontación militar intensa y prolongada en relación con el reducido ámbito geográfico nacional, sino que probablemente haya sido, desde un punto de vista militar, el enfrentamiento más complejo y más intenso de América Latina y el Caribe en la categoría de conflictos internos, guerrillas insurgentes o guerras de contrainsurgencia. Con todo respeto por las luchas revolucionarias de otros pueblos, incluidas las más conocidas, emblemáticas y legendarias del Continente, sería muy difícil sustentar que los barbudos de Fidel Castro llegaran a tener alguna vez, antes de la toma del poder, el armamento que manejaron los guerrilleros salvadoreños en los últimos años del conflicto, o que alguna vez aniquilaran un cuartel de brigada como El Paraíso, o que le entregaran cientos de prisioneros de guerra al Comité Internacional de la Cruz Roja, o que tuvieran capacidad de atacar la base de la Fuerza Aérea del régimen en la ciudad de La Habana, o que dispusieran de misiles tierra-aire como los que introdujo el FMLN en la última ofensiva.

De igual manera, sería faltar al rigor de la historia pensar que el ejército del dictador Fulgencio Batista tuvo alguna vez el nivel de entrenamiento y de recursos de la Fuerza Armada Salvadoreña, con sus batallones élite entrenados en Fort Bragg y sus oficiales entrenados en Fort Benning. El mismo análisis puede hacerse de la complejidad y de la envergadura de las operaciones militares de los sandinistas o de la Guardia de Somoza, que se constituyó en una fuerza represiva brutal, pero nunca desarrolló características y capacidades de combate propiamente militares. Las confrontaciones en otros países como Argentina y Uruguay, dirigidas por míticos guerrilleros como Sendic, no pasaron nunca del plano de comandos urbanos que detonaron explosivos, hicieron secuestros, operaciones de propaganda armada y esporádicos asedios a fuerzas policiales.

Las dictaduras de esos países desataron brutales represiones, pero aquello fue más una ?guerra sucia?, dolorosa sin duda pero ajena por completo a los cánones de una confrontación militar. Algo parecido ocurrió en Chile, cuando Pinochet movilizó las fuerzas armadas del régimen contra su pueblo. En Bolivia, la pequeña y efímera guerrilla de Ñancahuazú no tuvo desarrollo ni oportunidad. Los hombres de Ernesto Guevara no lograron desafiar siquiera al régimen de Barrientos. En Colombia, las FARC tardaron casi 20 años en pasar de una pequeña guerrilla rural con mentalidad de autodefensa campesina a una fuerza político-militar con alguna capacidad ofensiva para dar pequeños golpes al ejército. En el camino sus mandos se entreveraron con los narcos y extraviaron el rumbo por completo. En sus últimos años sufrieron derrota tras derrota y nunca lograron, por su debilidad y por sus deformaciones, que la comunidad internacional definiera la situación de su país como un ?conflicto armado interno?. Un conflicto armado interno se califica de esa manera en derecho internacional cuando dentro de un país existen fuerzas armadas, diferentes a las gubernamentales, que se oponen al régimen o a otras fuerzas por motivos étnicos, políticos o religiosos.

Se reconocen tres tipos dentro de esta definición: la amenaza terrorista, la guerra de guerrillas y la guerra civil. Esta última se califica cuando las partes enfrentadas en el conflicto poseen legitimidad política, apoyo de la población, fuerza militar y control territorial, y cuando una gran parte de la población se encuentra involucrada o sufre las consecuencias. El Salvador vivió una auténtica guerra civil.

El Acuerdo de Paz desmontó el conflicto armado por voluntad política y por laboriosa negociación de los más lúcidos líderes de ambas partes.

El conflicto no se extinguió por falta de oxígeno, como algunos afirman. Cuando supuestamente el FMLN ya había entregado las armas, en mayo de 1993, tuvo que reconocer y entregar la pequeña reserva que aún tenía en Nicaragua una sola de sus organizaciones, las FPL. Allí estaban guardados, entre otros pertrechos de guerra, más de 1200 fusiles, más de 2000 kilogramos de explosivos, 1300 granadas de mortero, 350 cohetes LAW, más de 35000 detonadores, 42 ametralladoras y 19 misiles tierra-aire. Al término de la guerra, la Fuerza Armada tenía intacta su capacidad militar, aunque sufrió un severo desgaste político. El FMLN desarrolló y mantuvo hasta el final una fuerza impresionante.

Lo sé porque tuve el privilegio de caminar a la par de algunos de sus combatientes, a quienes siempre consideré como los mejores guerrilleros del Continente.