¿Nuevos Acuerdos de Paz?

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15 enero 2012

¿Nuevos Acuerdos de Paz?

H oy se cumplen 20 años de la firma de los Acuerdos de Paz, que también marcan el día del nacimiento de la identidad salvadoreña.

Los pueblos forjan su identidad cuando deciden lo que quieren ser y concretan ese deseo en actos soberanos que cambian para siempre su manera de proceder.

Así, la identidad británica nació cuando los nobles cercaron al rey Juan Sin Tierra en 1215 y lo forzaron a firmar la Carta Magna, invirtiendo para siempre las relaciones de poder en Inglaterra.

Hasta ese momento, el poder emanaba del rey, que supuestamente lo obtenía de Dios para controlar a los súbditos.

De ese momento en adelante, el poder emanó de los súbditos, que harían las leyes que el rey tenía que cumplir.

En Estados Unidos, la nacionalidad nació cuando los colonos británicos se independizaron de Gran Bretaña y se dieron a sí mismos una constitución democrática y unos derechos inalienables.

La nacionalidad salvadoreña nació el 16 de enero de 1992 cuando todos los salvadoreños firmamos los Acuerdos de Paz y, con ellos, definimos que queremos vivir en un país en paz, libre, democrático y respetuoso de los derechos individuales, y que vamos a encontrar el camino hacia este ideal por medios pacíficos, libres, democráticos, y respetuosos de los derechos individuales.

Esta decisión fue profunda y honesta porque surgió de entender que el fin no justifica los medios y nos forzó a identificar lo que hacemos con lo que queremos.

La decisión fue también efectiva.

Después de una guerra terrible, no volvió a dispararse un tiro en violencia política, los odios se borraron, amistades estrechas surgieron entre antiguos enemigos, y el pueblo entero, que había estado trágicamente divido durante la guerra, volvió a unirse, de una manera más cohesiva que nunca, alrededor de esos principios que ahora nos definen.

No cabe duda de que el país cambió radicalmente desde ese momento.

En una sociedad con la autoestima tan baja como la salvadoreña existe siempre el riesgo de que se desvalorice lo que hemos logrado y que, a través de eso, lo perdamos.

Hay mucha gente que dice que los Acuerdos no sirvieron de nada porque todavía tenemos crimen, y peor, y pobreza, y desempleo, y miles de otros problemas.

Ciertamente que los Acuerdos de Paz no han resuelto todos los problemas del país.

Nunca pretendieron hacerlo.

A nadie puede ocurrírsele que algún acuerdo va a resolver todos los problemas, para siempre.

El objetivo de los acuerdos fue definir que los resolveríamos no con guerras sino de una manera civilizada, pacífica, institucional, respetando los derechos individuales.

Y así es como debe ser porque esa es la marca de una sociedad civilizada.

Y no es que le falte nada a los Acuerdos.

La definición de la nacionalidad no debe establecer programas de gobierno, ni visiones específicas de la manera en la que se organizará la economía o los sectores públicos y privados, de si va a ser agrícola o industrial, ni siquiera de la visión ideológica que deberá prevalecer en términos de izquierda o derecha.

Un pueblo desarrollado se define en términos de la manera democrática de gobernarse y de los derechos fundamentales que protegerán a los individuos.

Esta definición elimina automáticamente muchas formas de gobierno, todas las que implican la violación de los derechos individuales, la instalación de tiranías, la esclavización de unos por otros.

Pero más allá de esto, el pueblo deber ser libre de escoger, y de perseguir un sueño, y de cambiarlo o mejorarlo si quiere.

Esta es la belleza y la fortaleza de la democracia, la fuente de su capacidad de adaptación a circunstancias cambiantes.

De esta forma, por ejemplo, Suecia ha tenido por décadas gobiernos muy a la izquierda de los de Estados Unidos, pero ambos pueblos son igualmente libres y democráticos.

A pesar de que Suecia es de izquierda, siempre fue lo opuesto del de la Unión Soviética que también era de izquierda, pero tiránico.

Lo que define a Suecia no es ser de izquierda, sino su libertad, su democracia, su respeto por los derechos del individuo.

Y cuando los suecos quieren, pueden cambiar y volverse más de derecha.

Lo mismo es cierto de Inglaterra, que ha pasado de la derecha a la izquierda y de regreso a la derecha sin perder su carácter democrático.

Esa flexibilidad es lo que queremos en El Salvador.

Sólo piense en los errores garrafales que pudieron haberse cometido al definir lo que queríamos de la economía en el mundo ya arcaico de los años Ochenta, cuando la globalización todavía no se había desarrollado, cuando no había Internet, cuando muchas de las cosas que ahora generan la riqueza del mundo no existían.

Los rígidos se anquilosan, se vuelven dinosaurios y desaparecen.

Nada vuelve más rígido a un país que pretender controlar su economía políticamente.

En vez de esto, debemos profundizar y fortalecer los principios que definen nuestra salvadoreñidad -nuestra democracia, nuestra libertad, nuestros derechos individuales- de tal manera que siempre podamos tener el derecho de debatir nuestro destino y cambiar rumbo cuando creamos que es necesario hacerlo- pero siempre dentro del mismo marco que protege nuestros derechos y nuestra democracia.