Es con niños abandonados que Putin se venga de los EE.UU.

Los niños son víctimas de todos los horrores, incluyendo el de ser reclutados como carne de cañón por terroristas y bandas irregulares en el mundo, como sucedió en Centro-América

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07 enero 2013

Como represalia por imponer restricciones de diversa naturaleza a Rusia por abusos a los derechos humanos, incluyendo el encarcelamiento de disidentes y periodistas, el presidente vitalicio Putin prohibió la adopción de niños de su país por estadounidenses, afectando a cerca de cincuenta mil procesos que estaban en una etapa avanzada.

Aporrear a seres indefensos, a huérfanos y niños abandonados, como represalia por una medida política, es un extremo de perfidia, un acto vil que para toda persona decente resulta incomprensible. Es similar a lo que se vive en estas tierras centroamericanas, donde son frecuentes los casos de criminales que se vengan de otros masacrando a sus niños y a sus mujeres.

Putin no logra borrar la mentalidad que adquirió en sus tiempos de jefe máximo de la KGB, el órgano represivo de la extinta Unión Soviética y que no vacilaba en asesinar o hacer desaparecer a los opositores del régimen. Un caso es el del ruso que envenenaron en Londres con polonio, un elemento altamente radioactivo que deja trazas por donde pase y que fue rastreado por la policía británica a un barrio de Moscú.

Los niños son víctimas de todos los horrores, incluyendo el de ser reclutados como carne de cañón por terroristas y bandas irregulares en el mundo, como sucedió en Centro-América en los años de la gran demencia.

La prohibición debería poner en movimiento rectificaciones y actitudes más racionales, en lo que respecta a la adopción de niños abandonados por parejas que los buscan. O como lo venimos diciendo, hay que procurar que niños sin hogar encuentren acogida en hogares sin niños.

Es una tragedia que en la mayoría de países, las leyes, regulaciones, reglamentos y actitudes de gobiernos y grupos respecto a la protección y formación de niños, sean tan enmarañados e irrealistas, que "por persignarse terminan arañándose" y perjudicando a quienes en teoría deben proteger y promover.

Y un caso es precisamente el de Rusia y varias de las repúblicas que tomaron cuerpo después del colapso de la URSS: aunque era más fácil adoptar a un niño ruso que a un niño francés y todavía más que a un niño salvadoreño, los trámites siempre han sido costosos, largos y llenos de obstáculos.

A mayores regulaciones, mayores perjuicios

Hay, como queda claro con la noticia del rechazo de Putin, cerca de cincuenta mil procesos estaban en curso. Cada pareja que aplica en Estados Unidos para adoptar a un niño, pasa rigurosas pruebas, desde demostrar que son moralmente solventes y estables como familia, hasta comprobar que son miembros conocidos y respetados de una comunidad. Contar con la aprobación debería facilitar los trámites en los países donde están los niños.

Pero todo eso se ignora o se toma únicamente como punto de partida, para exigir otra ronda de peticiones y permisos, lo que muchos sospechan son esquemas montados por grupos que hacen su modus vivendi "ayudando" en las adopciones. En el caso de los rusos, los diarios informan que algunas familias llevaban dos, tres o más años gestionando la aprobación, esfuerzos y dinero que la ruindad putinesca ha destruido.

Bien puede decirse, como respecto a las libertades, que mientras menos regulaciones y articulados haya, mejor son. Y esto aplica a lo concerniente a la protección de la niñez: más exigencias, más daño.