Las políticas sociales y la economía de la redes
Observador Político N ada es más fácil de distorsionar que las políticas sociales. Basta con devaluar sus objetivos para que se conviertan del instrumento más importante en el desarrollo del país en el instrumento preferido de la demagogia y el canal más grande para desperdiciar recursos. La devaluación consiste en pintarlas como manifestaciones de caridad, de buen corazón, porque entonces cualquier cosa que se le de a los pobres está bien, y mientras más parezca un regalo mejor porque hace quedar a los políticos como grandes personas que se inclinan a ayudar a los necesitados. En realidad, en nuestro tiempo las políticas sociales son las más importantes políticas económicas que un gobierno puede tener. El desarrollo del país-económico, político, social, cultural y en todas las dimensiones-depende crucialmente del capital humano con el que pueda contar. Como está volviendo a ser obvio en América Latina-por enésima vez en la historia-el desarrollo no lo da la buena suerte de contar con altos precios de los productos primarios, ni la expropiación de la riqueza de los ricos, la clase media y los pobres mismos que se dio en Cuba, sino la capacidad productiva de los ciudadanos, que se obtiene con educación, salud y seguridad. Esto, que ha sido cierto siempre, lo es todavía más en el Siglo XXI, en el que las que reinan son la economía del conocimiento y la organización horizontal de la sociedad. La razón por la cual la educación es esencial para generar valor agregado en el mundo de la economía del conocimiento es obvia. Ciertamente que siempre habrá trabajos que una sociedad puede desarrollar sin conocimientos, pero son tareas que no le darán riqueza sino solo subsistencia. Pero el impacto de la expansión de las formas horizontales de organización es poco apreciado. Desde hace dos siglos, cuando la Revolución Industrial comenzó, éstas han ido reemplazando a la clásica organización vertical (yo mando, tú obedeces) en todas las áreas: políticamente, la democracia ha ido desplazando a las tiranías verticales; la economía descentralizada de mercado ha desplazado a la centralización de las economías tipo soviético; las redes sociales y la Internet han ido creando organizaciones espontáneas para todo tipo de objetivos, desde hacer flexibles alianzas estratégicas de negocios hasta botar gobiernos en la Primavera Árabe y hacer temblar a otros como en los disturbios de mayo y junio en Brasil. Esta aceleración del dominio de las formas horizontales de organización ha sido el resultado de las nuevas tecnologías que permiten coordinar tareas complejas a distancia. Un carro puede diseñarse en Milán, construirse en Tailandia, financiarse en Londres y venderse en Australia. Los que participan no tienen que estar en una sola empresa ni en un solo lugar. Con la globalización, el mundo se ha convertido en una gran red de empresas y personas en las que cualquiera puede participar y ganar. Las sociedades han dejado de ser triángulos en los que unos pocos tienen que mandar para que funcionen política y económicamente, y se han convertido en parte de esa gigantesca red global en la que millones de personas interactúan libremente, sin jefes ni subordinados. En esa enorme red el cambio se da naturalmente, y de una manera rápida. Las tecnologías progresan y dejan atrás a los que no las inventan o las adoptan. Las sociedades más fuertes son aquellas que de esa manera libre y espontánea pueden organizarse y reorganizarse más rápida y eficientemente para enfrentar los retos del cambio. Esas sociedades son como redes en las que todos participan. Los triángulos son demasiado rígidos porque no aprovechan la creatividad de los que están abajo. Si grupos importantes estaban excluidos de la sociedad por falta de educación y salud, el triángulo seguía adelante, con menos gente en la base pero igual de fuerte para los que sí estaban incluidos. En la nueva lógica de las redes, la ausencia de grupos que se marginan por falta de educación y salud crea hoyos que debilitan la red entera. La innovación que se expande por las redes se interrumpe cuando llega a hoyos en la red. La conectividad se acaba, la coordinación espontánea se termina, la creatividad falla. Es por eso que para que progresemos al desarrollo, todos deben estar en la red, lo que implica dar educación y salud al pueblo entero. La riqueza de los unos depende de la educación de todos. Un ejemplo bien sencillo es cómo perdimos en El Salvador la inversión de Intel que ha dado tanto progreso a Costa Rica. No había suficientes ingenieros, no había suficiente capital humano. En este mundo moderno, no hay progreso para los inversionistas sin educación para los trabajadores. Así de simple. Esto se vuelve todavía más cierto cuando, por encima del desarrollo de Costa Rica, las sociedades comienzan a generar innovación. En esas sociedades, todos ganan de que todos sean altamente educados y puedan innovar en las ciencias y las artes. Hacia allí debemos ir. Las políticas sociales deben orientarse a esto, y ser juzgadas como buenas si contribuyen a este objetivo, y malas si no lo hacen. Las políticas sociales deben dejar de ser limosnas que se dan por lástima y buen corazón y convertirse en instrumentos de desarrollo económico, político y social. Hasta ahora estas políticas han sido enormes desperdicios para satisfacer vanidades personales. Deben de ser la base de nuestro progreso. En esa hoguera de vanidades se queman recursos a una tasa de tres mil millones de dólares por quinquenio presidencial-dinero del que no queda nada ni para el país ni para los pobres ni para la clase media ni para nadie. En vez de tirar ese dinero en zapatos y dólares por tambos de gas, podría usarse para crear un sistema educativo y de salud de primer mundo, que le asegure a la gente la educación y la salud que nos integre a todos al mundo moderno del conocimiento y las redes.
Por Manuel Hinds