La virtud de un presidente

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12 December 2013

Se han publicado decenas de artículos, comentarios, declaraciones y anécdotas sobre la vida de Nelson Mandela en vísperas del funeral de Estado y de los actos de homenaje realizados esta semana en diversas ciudades de Sudáfrica. Gran ceremonia planetaria para un hombre realmente excepcional. Millones de personas en todo el mundo se conmovieron o se sintieron inspiradas de alguna manera por el talante de este líder egregio cuyo valor más destacado, sin duda, fue la magnanimidad que exhibió en el ejercicio del poder.

Otros líderes a lo largo de la historia lucharon durante toda su vida con gran coherencia por los ideales que profesaron. Otros tuvieron éxitos también memorables en sus gestas para abolir la esclavitud o erradicar la segregación racial. Otros muchos contribuyeron de manera decisiva a la instauración de la democracia después de sufrir el yugo de regímenes oprobiosos en sus respectivos países. Otros líderes fueron, simplemente, sobresalientes jefes de Estado, algunos en países con mayor responsabilidad en el concierto internacional, o en condiciones más complejas que las de Sudáfrica en el tiempo de Mandela. ¿Qué es, entonces, lo que ha dejado a "Madiba" un buen palmo por encima de cualquier otro líder político en los anales de la historia? ¿Por qué se le rinden ahora, más allá de la comprensible gratitud y del afecto entrañable de sus compatriotas, tantas y tan sentidas muestras de reconocimiento y admiración, a lo largo y ancho del espectro ideológico y de todo el mapa político mundial?

A mucha gente, sin mayor información histórica o política, lo que más le ha conmovido de la vida de Mandela es que habiendo estado preso y habiendo sufrido tantas humillaciones durante tanto tiempo, surgiera de nuevo en la política sin resentimiento, sin veneno en el alma, sin odio en el corazón, con una voluntad casi sobrehumana de paz y de reconciliación. Que Mandela saliera de la cárcel como un líder positivo ya lo hacía extraordinario, comparado con otros ?pasados y actuales? que salieron de su confinamiento con la venganza a flor de piel, escupiendo fuego, sembrando odios, cosechando tempestades, aplastando a enemigos y adversarios, suprimiendo libertades, dividiendo a sus pueblos, colmándolos de miserias e imponiéndoles nuevas formas de injusticia y de opresión.

Esa es la apreciación más generalizada de la gente en estos días. Ese es el sentimiento que ha quedado muy cerca de convertir al líder en santo, al estadista en guía espiritual. Pero la verdad es que la gesta de Mandela resulta más realista, más extraordinaria y mucho más relevante si en vez de alabar la vida de un santo prestamos atención a la lucidez, a la fuerza de voluntad, a los recursos políticos y a las virtudes de un líder que dejó un legado extraordinario como presidente de su país.

Este es, por cierto, el enfoque de una de las personas que más y mejor conoció al Tata Madiba, el periodista británico John Carlin, corresponsal en Sudáfrica del "Independent" de Londres durante la presidencia de Mandela, autor del libro "Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation" en el que se basó la película "Invictus", y autor de dos artículos maravillosos, quizá los mejores entre los muchos que se publicaron después de su muerte.

La virtud del presidente Mandela no fue la misma que la del joven activista, la del líder rebelde o la del jefe del ala militar del Congreso Nacional Africano. Según sus biógrafos, reclutado para la lucha contra el "apartheid" a los 24 años, Mandela se distinguió más bien por la impetuosidad y la turbulencia de su carácter, por su coraje, y por su actitud combativa, desafiante y arrogante. En la confrontación con el régimen hizo gala de talento histriónico, y tal vez también de alguna vanidad en su afán protagónico. Tal vez se comportó de esa manera para moralizar y agitar a sus compatriotas, para demostrar a todos que no le temía al poder del opresor. Esa pudo ser la motivación, pero lo cierto es que el joven Mandela fue un líder agresivo, impetuoso e imprudente, que luego maduró, se transformó y se preparó para ser presidente. Quizá por eso dice Carlin que Mandela "entró a la cárcel indignado y furioso... y salió sabio".

Sabio, pero no santo. el presidente Nelson Mandela fue solo un hombre. Es imposible que no detestara con toda su alma el régimen anterior a su mandato, objetivamente más oprobioso y más odioso que cualquier rivalidad puramente ideológica o política. Imposible que no le cayeran mal algunos de sus adversarios. Dicen que De Klerk, con el que hizo la paz, le resultaba particularmente desagradable. Seguro tuvo muchas veces el impulso de echarle en cara sus crímenes a los Africaners. Seguro lidió con demandas revanchistas de sus propios seguidores. Seguro tuvo algún resentimiento y sintió cólera en algún momento por el genocidio de su pueblo y por sus 27 años en prisión, pero logró superarlo. Desplegó una ejemplar capacidad de autocontrol. Decidió ser un líder positivo. Teniendo sobradas razones para la denuncia y la confrontación virulenta optó por la serenidad y la prudencia. Eligió vivir en el futuro, sin olvidar el pasado. Encontró la sabiduría y forjó la madurez necesaria para abrazar a sus enemigos. Entendió que ese era el único camino transitable para la reconciliación de su país.

Como presidente, Mandela fue un líder visionario y pragmático, pero ante todo fue un hombre sereno y amable. Los que más lo conocieron coinciden en afirmar que sus principales armas políticas fueron la consideración y el respeto a los demás, la amabilidad, la calidez, la cortesía y la ecuanimidad. Nunca una palabra estridente. Nunca un gesto de mezquindad. Combinó, en palabras de Carlin, "la majestad de su porte" con el respeto a los otros, su grandeza de estadista con su encanto personal.

Por eso la gente ha sentido tanto la muerte de Mandela, en su país y en todo el mundo. Los pueblos solo aman a los líderes positivos. A otros gobernantes los adulan. No es lo mismo.

Por Salvador Samayoa