La última ola de encuestas: ¿A quién creerle

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13 December 2013

La última ola de encuestas: ¿A quién creerle? Observador Político A bundantes estudios sobre el comportamiento humano han demostrado que la percepción es selectiva. El aparato mental no funciona igual que una cámara fotográfica. Una gran diversidad de factores nos condicionan a destacar algunos aspectos y desatender otros. Nuestros deseos, temores, prejuicios y creencias nos inclinan a ver y valorar las cosas de una determinada manera. Por eso resultan poco confiables los relatos de los testigos de hechos criminales. Por eso nunca nos ponemos de acuerdo sobre el desempeño de los jugadores o las decisiones del árbitro en un partido de fútbol. Lo mismo ocurre con la realidad política y, particularmente, con los resultados de las encuestas de opinión. Básicamente cada persona ve lo que quiere ver, a no ser que haga un esfuerzo especial en poner atención a ciertos datos que cuestionan la validez de lo que creemos o de lo que alguien nos quiere hacer creer. En pocas y simples palabras, los simpatizantes de un partido político tienden a dar crédito a las encuestas que ponen arriba a ese partido en las preferencias de la población, y encuentran razones para desacreditar a las encuestas que pintan una realidad diferente. El grueso de la gente se comporta de esa manera. Albergan en su mente algún demonio al que acarician y alimentan como si fuera una linda mascota. Para algunos ese demonio es El Diario de Hoy, para otros TCS o el Co-Latino o la UCA o cualquiera de las empresas que hacen o publican encuestas de opinión durante una campaña electoral. Le dan crédito a una u otra encuesta según se los manden sus filias o sus fobias. Pero también hay gente menos apasionada que realmente quisiera saber cómo están las cosas, gente que no condena a priori a nadie, personas que quieren adoptar un criterio propio sobre bases más racionales que ideológicas, votantes que quieren saber si su partido está así de bien o así de mal como unos u otros lo pintan. Estas reflexiones van dirigidas a esas personas. Lo primero que debemos saber es que la confiabilidad de los resultados de una encuesta depende del apego riguroso a ciertos requerimientos técnicos, tanto en la selección de la muestra (que debe ser aleatoria y reflejar en lo posible los parámetros de la población), como en la formulación de las preguntas y en el método de recolección de las respuestas. Algunas encuestas tienen fallos notables en uno o más de estos aspectos técnicos, pero eso es algo que sólo lo puede detectar alguien que conoce a fondo estas cosas y tiene acceso a los datos de la ficha técnica y a los pormenores del proceso. Para ilustrar este punto de los errores técnicos, traigo a cuenta una encuesta muy reciente que le da una considerable ventaja al FMLN. Al analizar la composición demográfica de los encuestados, se observa una diferencia de casi 10 puntos porcentuales entre hombres y mujeres, lo cual obviamente no refleja los parámetros poblacionales de género. En la pregunta sobre cómo votaron los encuestados en la pasada elección presidencial, la diferencia es de casi 15 puntos porcentuales a favor del FMLN, lo cual distorsiona notablemente lo que ocurrió en esa elección y sustenta la hipótesis de una muestra bastante sesgada. Estos datos son suficientes para tomar con mucha cautela los resultados de esa encuesta. En segundo lugar, siempre hay que tomar en cuenta que una encuesta puede ser utilizada para influir en la opinión pública y no para reflejar las preferencias electorales en un momento dado. Esa es la razón por la que no es aconsejable dar mucho crédito a las encuestas internas de los partidos. En esta categoría entran también algunas encuestas que son aparentemente independientes pero han sido pagadas por alguno de los candidatos o partidos contendientes. Sería bueno que un medio de comunicación o una universidad

que gocen de prestigio y no hagan o encarguen encuestas, por ejemplo El Faro o la Universidad Matías Delgado, divulguen la información de quién paga esas encuestas. Un tercer criterio que debe aplicarse en las valoraciones es cotejar con los resultados de elecciones pasadas si una determinada casa encuestadora ha sido certera o desatinada. Es válido el argumento de que, en estricto sentido, las encuestas no pueden pronosticar los resultados de una elección, pero ese argumento no puede usarse para explicar o justificar discrepancias muy grandes. A no ser que algo muy significativo ocurra en el corto período entre la publicación de las últimas encuestas y el día del evento electoral, las preferencias detectadas en esas últimas encuestas debieran ser muy aproximadas a los resultados electorales. En nuestro país, hay algunas encuestas que se equivocan gruesamente y se equivocan siempre o casi siempre. Esas no merecen mucha consideración. Sería bueno que algún medio ofrezca esa información para que los ciudadanos saquen sus propias conclusiones y sepan a qué atenerse. En los estudios de opinión pública hay varios momentos y posibilidades de incurrir en errores involuntarios o manipular deliberadamente la información. Lo mejor que los ciudadanos podemos hacer es aplicar de una sana dosis de cuestionamiento e intentar, en la medida de lo posible, aquilatar la calidad técnica de la encuesta y la independencia política de los encuestadores. Pero, como antes dije, si alguien quiere darse paja, está en pleno derecho de hacerlo. Lo que yo personalmente saco en claro, luego de analizar toda la información disponible, es que no hay nada nuevo bajo el sol. Esta sigue siendo una contienda bastante apretada y no habrá humo blanco la noche del 2 de Febrero de 2014. Por Joaquín Samayoa