La vara de medir

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07 septiembre 2014

Por Salvador Samayoa egún algunos historiadores, la costumbre de evaluar los primeros cien días de gobierno se remonta a los tiempos de Franklin D. Roosevelt. A los académicos más formales nunca les gustó participar en esas labores, pero a la prensa y a las casas encuestadoras, más livianas y cotidianas, siempre les pareció genial la oportunidad de auscultar las primeras impresiones,

los primeros entusiasmos o frustraciones que la gente quería expresar en tales ocasiones. A Roosevelt le gustaban las mediciones de popularidad y de apoyo a su gestión en los primeros cien días, pero también le gustaban las evaluaciones de medio término y las que se hacían al final de su mandato. Le gustaban por la sencilla razón de que siempre salía bien. Tanto así que ganó las elecciones presidenciales en cuatro períodos consecutivos, cuando la reelección no tenía límites en Estados Unidos, antes de que se aprobara a mediados del siglo pasado la XXII Enmienda a la Constitución de ese país. A nuestro presidente, en cambio, no le han hecho mucha gracia los resultados de algunas encuestas ni las expresiones de descontento que se han manifestado en otras plataformas de opinión. La más resonante de estas mediciones, publicada el martes pasado en un periódico de circulación nacional, dejó tres datos bien duros, nada halagadores para el nuevo gobierno: Solo el 40% de los entrevistados aprueba en alguna medida el trabajo realizado por el presidente, 64.3% cree que su gestión no está ayudando a resolver los problemas económicos, y una cantidad muy similar, 65.1% cree que no está ayudando a mejorar la seguridad. En comparaciones carentes de rigor analítico se ha cargado todo el peso de la frustración nacional a los primeros cien días del nuevo gobierno, como si el país viniera de una situación de mucho optimismo, que se habría desvanecido en pocas semanas por el mal desempeño del presidente. Los datos disponibles, sin embargo, cuentan una historia diferente: la historia de la gran frustración y desesperanza que dejó la administración anterior.

Esta consideración es importante porque si bien puede afirmarse que el presidente no ha logrado dar al país suficientes razones para superar el pesimismo, o incluso que puede haberlo acentuado con algunas de sus intervenciones, no sería sensato ni muy inteligente cargar todo el peso de la desesperanza del país a los primeros cien días de su mandato.

En una encuesta realizada en mayo de este año por el Instituto de Opinión Pública de la UCA, entidad muy poco sospechosa de sesgos contrarios al gobierno en el último quinquenio, el 65% de los entrevistados manifestó que Funes dejaba el país en mayo de 2014 igual o peor que como lo encontró al inicio de su mandato.

Llama la atención que ese porcentaje fuera exactamente igual al que ahora desaprueba, según la encuesta de LPG, la gestión del nuevo presidente en economía y en seguridad. En el mismo sentido, cuando se preguntó en mayo a la gente cuáles eran los principales logros del presidente Funes, solo 1.5%

mencionó el combate a la delincuencia, y nadie mencionó entre sus logros alguna forma de mejoría de la situación económica.

Para remate, al preguntar el IUDOP cuál era la perspectiva

de la situación del país con el nuevo gobierno del FMLN, solo el 50.5%

dijo que el país

?va a mejorar?. La falta de esperanza, entonces, ya estaba instalada en la población desde antes del 1 de junio. Lo que ahora se ha expresado no es la apreciación de los primeros cien días, sino la apreciación de los primeros cinco años más cien días de gobierno del FMLN.

En ese sentido, además de un inicio poco promisorio, son las deudas heredadas por Funes las que ahora está pagando Salvador. Y está bien que las pague por el error suyo y de su partido de plantearse reiteradamente como un gobierno de continuidad, en vez de distanciarse de una gestión tan decepcionante y rehacer el proyecto con mayor creatividad. Ni el presidente ni el FMLN pueden quejarse ahora porque la gente perciba que su gobierno es más de lo mismo y muestre, por tanto, niveles altos de cansancio, escepticismo, pérdida de esperanza o decepción. Eso es lo que ellos mismos le vendieron al país. En vez de enfoques y dinamismos renovados optaron por la continuidad, como proyecto político y como idea de publicidad. Se enredaron con números falsos de popularidad

y montaron sobre esa percepción su apuesta programática y comunicacional de ?continuidad?, sin entender que para la mayoría de la gente ?continuidad? significaba seguir sin resolver los problemas de la economía y la seguridad.

Ahora que el presidente no compra encuestas, ni compra voluntades de directores de espacios de opinión, ni gasta millones de dólares en su imagen publicitaria, ni atropella con diatribas furibundas a sus críticos, ni promueve juicios penales a los opositores, ni castiga a los medios de prensa independientes, es normal que haya aflorado con mayor libertad el verdadero estado de ánimo de la gente. La situación no ha mejorado, pero tampoco es peor que en los últimos años. La diferencia es que ahora la opinión pública está menos manipulada y es más libre, en buena medida porque el presidente Sánchez Cerén se ha comportado con mayor respeto a los principios de pluralismo y libertad de expresión. Con cuál vara vamos

a medir, entonces, los primeros cien días -y el resto- de su presidencia?

Ojalá no sea con la vara de la continuidad. En estos días he encontrado en diversas tertulias muchos juicios negativos y cerrados en relación con su gestión, y me he encontrado en minoría casi solitaria tratando de presentar y argumentar otra perspectiva y otra proyección. Así está el clima de opinión y razones no le faltan a esa percepción. El compromiso con la democracia, la seguridad pública y el crecimiento económico reclaman mejor gestión y mejor comunicación. Ojalá el presidente cambie lo necesario y nos muestre un horizonte más esperanzador. S Observador Político Los primeros cien días (1): La vara de medir