Los primeros cien días (3): Perspectiva económica
Los primeros cien días de gobierno han dejado señales buenas y malas para la economía. En
el ámbito económico la subjetividad de los actores es crucial, al punto de convertirse en el factor más determinante de la realidad.
La inversión, el gasto, el ahorro y cualquier otro comportamiento individual o empresarial dependen de incentivos y desincentivos reales, pero sobre todo se modifican atendiendo a expectativas, percepciones, confianzas y temores personales y sectoriales. La andadura económica del nuevo presidente comenzó con factores positivos y negativos ya configurados.
Aparte de limitaciones históricas y estructurales, de años continuados de escaso crecimiento y de la grave situación de inseguridad que tanto daño y desaliento ha causado a empresarios de todos los tamaños, el factor más negativo era el mal humor y la desconfianza casi
generalizada de los sectores productivos, después de años de agrio y estéril enfrentamiento con el presidente saliente. La desconfianza de
los empresarios trascendía por mucho el estilo virulento de Funes. Se había incubado en décadas de atrincheramientos ideológicos y de contradicciones aparentemente irresolubles con el FMLN. A esa desconfianza fundamental se agregó en los últimos años el envenenamiento de las relaciones, la descalificación cotidiana, las acusaciones
permanentes, la esterilidad del enfrentamiento y, en general, la falta de armonía y de entendimiento para sacar adelante el país. Toda esa carga histórica y reciente debía ser removida para solo comenzar a posibilitar la recuperación.
Lo positivo era, de entrada, que en círculos empresariales y de capas medias profesionales había comenzado a permear el reiterado compromiso del presidente Sánchez Cerén con el diálogo y con el crecimiento económico como condición indispensable para la viabilidad de cualquier agenda social. Ese embrión de confianza quedó muy maltratado, casi pulverizado, por el madrugón
de la reforma tributaria del 31 de julio. Para decirlo pronto y sin rodeos, la reforma, al menos en alguno de sus componentes, fue un error. Pero la reacción de las gremiales empresariales también se extralimitó, al punto casi de proclamar, a solo tres meses de iniciado el gobierno, la inutilidad del diálogo y de cualquier esfuerzo de concertación. Se entiende que el presidente necesitaba disponibilidad de recursos frescos a corto plazo. No quería reconocer, por razones obvias, que su antecesor dejó en las lonas las finanzas del gobierno. Necesitaba pagar a proveedores, asegurar los gastos ordinarios de funcionamiento y comenzar la ejecución de sus programas sociales, sobre todo con elecciones legislativas a la vista. Se comprende también que ante semejantes urgencias no estuviera dispuesto a esperar acuerdos más trabajosos con la oposición.
Todo eso se entiende, pero no cambia el juicio de que fue un mala decisión.
Como en ?Trato Hecho?, el presidente cambió por una bagatela el maletín que tenía el premio mayor. Poner más impuestos de entrada no era la mejor opción. El estancamiento económico y el estado de ánimo no eran propicios para ese tipo de solución. Diferente habría sido proponerla cuando la economía y la confianza del sector privado ya tuvieran un curso más claro de recuperación. En este caso, además, si bien la reforma tiene dos componentes razonables, el impuesto a las transacciones financieras pareció poco práctico, compendioso, mal diseñado, particularmente hostigoso, confuso en sus mecanismos de retención, negativo para buena cantidad de pequeñas y medianas empresas y, para colmo, de dudosa eficacia temporal en la recaudación.
Y eso sin hablar del desgaste político y de su probable suspensión constitucional por haber utilizado el método del madrugón. El tema tributario ha acaparado mucho espacio negativo en los medios de comunicación, pero el gobierno ha impulsado también en los primeros cien días iniciativas que pueden tener un impacto positivo muy sensible para la recuperación.
Citamos tres, con diferentes niveles de información: la aprobación de leyes y enmiendas pendientes para la firma de FOMILENIO
II, la reconducción -hasta ahora privada- del conflicto CEL-ENEL y la licitación para concesionar la operación del puerto de La Unión. A esta cuenta podrían acreditarse también las gestiones del vice presidente para la atracción de inversiones de dentro y de fuera del país. La reconducción del conflicto CEL-ENEL, si se lleva con lucidez y con perseverancia hasta el final, será una señal de máxima sensibilidad en el sentido de volver a la senda de la seguridad jurídica para la inversión extranjera, la racionalidad económica para la competitividad y el aumento sano de ingresos para el erario nacional. Después de largos años de enconado, costoso, absurdo y estéril conflicto, en el que nunca quedaron claros los intereses que defendieron los dos gobiernos anteriores, si ahora se renegocia el pacto de accionistas y se retoman las inversiones en energía geotérmica, no solo tendrá el país, como bien ha dicho el presidente de la CEL, una matriz diversificada de energía más barata, sino que tendrá en ese rubro mayores ingresos fiscales y, sobre todo, renovará la confianza del capital transnacional. Otro tanto puede decirse de la licitación del puerto de La Unión, plataforma inutilizada durante todo el período de gobierno anterior por dudas injustificadas acerca de su potencial,
por proclamas soberanistas trasnochadas que ignoraban la potestad que conservaría en cualquier caso la autoridad marítima portuaria, por ignorar que el verdadero beneficio económico para el Estado no estaba en una mayoría accionaria, sino en el desarrollo de todas las actividades portuarias y extra portuarias. Si ahora el gobierno del presidente Sánchez Cerén lleva bien la concesión del puerto, estará a tiempo para una sinergia de gran potencial con el proyecto de desarrollo del golfo de Fonseca, del que ya ha comenzado a conversar con los presidentes vecinos, y con el desarrollo
de la franja marítima costera a ejecutarse con los fondos de la Cuenta del Milenio. Esa es una perspectiva muy promisoria para volver a encender los motores de la economía. El mal sabor de los impuestos, peor aún cuando seguimos viendo tanto dinero despilfarrado en El Chaparral y en otros adefesios, puede comenzar a compensarse si el presidente apuesta por el crecimiento y renuncia a la tentación de la confiscación.