Los primeros cien días (4): La convivencia democrática

descripción de la imagen

Por

10 septiembre 2014

Los primeros cien días (4): La convivencia democrática

La economía, la seguridad y la calidad democrática del ejercicio del poder son los tres aspectos más relevantes por los que debiera evaluarse a un presidente en cualquier momento, pero con mayor razón si se trata de apreciaciones tempraneras, como las que se hacen en estos días, cuando no ha transcurrido suficiente tiempo para producir resultados tangibles en la gestión gubernamental. En ese sentido, los que aconsejaron al presidente el formato de informe de gobierno con relato de cumplimiento de metas, simplemente debieran renunciar. Algunos comentarios hemos hecho ya en otras columnas de esta semana sobre la perspectiva económica y la de seguridad.

La economía ha recibido señales cruzadas de parte del presidente y todavía no está claro si la orientación ideológica del partido de gobierno, las urgencias y los malos consejeros van a empujarla hacia la depresión, o si habiendo pasado el mal trago de la reforma tributaria, se hará realidad con mayor coherencia y eficacia la apuesta por el crecimiento y la inversión. En relación con el grave problema de seguridad, hemos observado una dirección política más sensata que en los últimos años del gobierno anterior, pero poca capacidad de proyectar un sentido de cambio en la gestión, con la lucidez, la fuerza y la eficacia que demanda la población.

En este ámbito, la gente simplemente no entiende cómo es posible que dos bandas de delincuentes patéticos tengan neutralizado todo el poder del Estado y tengan atemorizada a gran parte de la población. La gente no entiende cómo es que disponiendo de cientos de millones de dólares de presupuesto, de más de 50,000 efectivos policiales y militares, de más de 50,000 maestros y de todos los recursos

de los gobierno municipales no sea posible ni siquiera reducir, no digamos controlar o erradicar esta lacra social. El tercer elemento crucial de cualquier evaluación de una gestión gubernamental es la calidad democrática del ejercicio del poder, especialmente del poder presidencial. Más aún, a la luz de muy negativos comportamientos recientes en la política nacional, debemos evaluar al presidente y al círculo más cercano de poder no solo por su compromiso con la democracia en el sentido del respeto a las leyes y a las instituciones del sistema, sino también por la medida y la manera en que perjudica o promueve y facilita la convivencia respetuosa y constructiva entre los actores políticos y en la sociedad a todo nivel.

De allí el título de esta columna. Son, entonces, dos aspectos relacionados pero diferentes: el respeto al sistema

democrático tal como está definido en la Constitución, por una

parte, y el carácter positivo o negativo de la influencia del presidente en la convivencia política y social. En tiempos normales se podría dar por sentada la prevalencia del sistema, pero no hemos estado viviendo tiempos tan normales.

Hace solo tres años, a partir del decreto 743 que prácticamente paralizaba el funcionamiento de la Sala de lo Constitucional, se desencadenaron hechos y comportamientos del FMLN que en su conjunto dieron pie a pensar que se trataba de una ofensiva para mutar nuestro sistema hacia un régimen inspirado en los modelos autoritarios de nuevo tipo que parecían multiplicarse en la región. Como trasfondo regional de estos sucesos, recién había regresado Zelaya a Honduras a fines de mayo de 2011, todavía con la expectativa de volver al poder, cambiar la constitución y buscar la reelección, a imagen y semejanza de los tres gobernantes andinos que lideraban el ?socialismo del siglo XXI?. El comandante Chávez recién reconocía en La Habana su grave enfermedad, pero daba toda la impresión de poder superarla y continuar, y a fines

de ese mismo año el Comandante Ortega lograba la reelección tras una manipulación grotesca de la constitución. La oleada en ese momento no era invento, sino pura y dura realidad. En dos episodios sucesivos de transfuguismo inducido se desactivó la capacidad de veto de la oposición. El 20 de junio de 2012 Sigfrido Reyes, en representación del nuevo bloque parlamentario en el poder demandó ante la Corte Centroamericana en Managua a nuestra Sala de lo Constitucional, y tres semanas después levantaba la mano, como en cuadrilátero de boxeo, a un nuevo presidente de la corte suprema, impuesto con escenografía de sindicalistas allanando por la fuerza los despachos judiciales y francotiradores policiales apostados en azoteas amenazando las protestas populares. Afortunadamente esos días parecen haber quedado atrás. Para disipar esa nube de desconfianza ha sido importante el comportamiento del presidente. Todavía prevalecen temores en ciertos sectores. Todavía respetables analistas desconfían del compromiso democrático del FMLN y del presidente, pero en esa dirección contraria a veleidades totalitarias apunta el discurso cotidiano del mandatario, el impulso decidido a los asocios público-privados, así como el nombramiento de funcionarios indudablemente democráticos como embajadores en Estados Unidos, ante la OEA y en otras posiciones. Especial

mención en esa misma línea merece la aceptación con pocos gruñidos de la sentencia que obligó a la despartidización del Tribunal Electoral. La actuación que en los primeros cien días dejó más dudas acerca del compromiso democrático del presidente y de su partido fue el madrugón legislativo. Aparte de ese episodio, también han estado bajo sospecha, en un ámbito vital para

la democracia, algunos movimientos abiertos y otros subterráneos tendientes a debilitar a los medios de prensa que pueden ser más críticos a la línea del FMLN y del gobierno. En ese sentido pareció preocupante la alocución del presidente el día del periodista cuando afirmó que era necesario ?acabar con el oligopolio de los medios de comunicación?. Como es evidente que en El Salvador no hay oligopolios, y menos en radio y televisión, resultó inevitable que la frase suscitara considerable preocupación. A pesar de lo anterior, es claro que el presidente ha contribuido a la distensión política con su actitud de moderación. El exabrupto de los burros no fue tan grave como lo hicieron parecer, pero nos dejó bien claro que en el ejercicio del poder hasta la mejor virtud se puede desvanecer. Por Salvador Samayoa